2006/06/02

Evitable: cuando votar es un desvarío

“…me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y, así, casi podría decir que ‘todo tiempo pasado fue peor’, si no fuera porque el presente me parece tan horrible como el pasado; recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones, que la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza.”
Ernesto Sábato, El Túnel
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En alguna oportunidad leí una genial frase de Bertrand Russell: “la historia del mundo es la suma de aquello que hubiera sido evitable”. Hoy, a la luz (o, mejor dicho, en las tinieblas) de nuestra coyuntura política pienso que todo esto hubiera sido evitable. Pero, lástima, estamos en el patíbulo nuevamente y ya no hay vuelta atrás (¿esperaremos otros cinco años para volver a equivocarnos?).
Evitable. Tenemos la guillotina sobre nuestra nuca. Sólo falta la elección final: hay dos despeñaderos posibles, ¿hacia cuál de los dos nos precipitaremos? ¿Hacia el abismo ya conocido de la corrupción galopante, los costales henchidos de Intis, las interminables colas y los reiterados balconazos? ¿O, como de costumbre, nos lanzaremos a ese vacío desconocido que, por ser nuevo, pasa de inmediato a ser ciegamente esperanzador?
A mi entender, el editorial de Caretas 1927 titulado sugerentemente "NO SUICIDARSE", no se equivoca al sentenciar que el voto en blanco es –si cabe el término– un acto pilatesco: compatriotas si quieren joderse, ¡jódanse!; pero yo me lavo las manos: no escojo a ninguno de estos dos mamarrachos.
Cito acá los párrafos iniciales de dicho editorial:

Hay varias formas de pegarse un tiro en una encrucijada histórica como ésta: votar en blanco, viciar el voto, irse de paseo o sufragar mal.
Sin embargo, algunos de esos 2.6 millones de ciudadanos de derecha o de izquierda cuyos candidatos se quedaron en la primera vuelta, aun ahora, exquisitos como son, creen resguardar convicciones sacrosantas absteniéndose de elegir al “menos malo” en la segunda.
Con esa actitud están jugando a la ruleta rusa y promoviendo un mal peor.
Parecen olvidar que en esta combi nacional todos somos pasajeros –aun quienes viven en el exterior, ya que tienen parientes al fondo del pasillo–, y negarse a participar en la conducción del vehículo es una forma de suicidio.

Suscribo todo lo expresado hasta el cuarto párrafo; pero ahí me detengo, cavilo, y pienso que las líneas posteriores hubieran sido evitables. Se dice que Humala representa un “chavismo sin petróleo”. Sin embargo, no se dice nada sobre lo que representa Alan García. ¿Acaso un ladrón más curtido y mejor entrenado por la escuela de la experiencia? ¿O quizá un violador de derechos humanos que nunca mostró el más remoto asomo de mea culpa al respecto? Seamos simples, sinteticemos lo que A.G.P. representa en dos palabras: el engañamuchachos.

Evitable. Cuando, en otro párrafo, leo “desquiciado megalómano” pienso que se refieren al personaje en cuestión, pero no; me equivoqué: hablan de Simón Gorila (Hugo Chávez). Y me pregunto si era necesario que CARETAS nos recuerde de una manera tan burda (¿chavista?) que el presidente de Venezuela es y será un gorila. Me pregunto también si ¿acaso es necesario aclarar que todo lo que dijo Chávez acerca del líder del Apra es patéticamente cierto? ¿No es una verdad como una catedral que García Pérez es un ladrón de cuatro esquinas y un corrupto de siete suelas? Por favor, no nos fijemos en el mensajero sino en el mensaje. No hace falta ser chavista, castrista o evo-moralista para decir “Dios libre al Perú de un bandido como éste”; sólo basta tener una pizca de memoria y dos dedos de frente.
A estas alturas alguien me acusará de humalista, y caerá en un error grosero. ¿Cuántos de los que el domingo votarán por García Pérez son en realidad apristas? ¿Desde cuándo Vargas Llosa, Flores Nano, Rey Rey, Martha Chávez, García Belaúnde son militantes del partido de la estrella? Ahí tienen la respuesta. Será, como dicen, el voto del miedo… del miedo a lo desconocido… del miedo al cambio.
Confieso que detesto la imagen del cachaco (del militarote, diría Vargas Llosa), y estoy convencido de que los militares jodieron a mi país. Pero en una encrucijada como ésta tendré que hacer de tripas corazón y optar por el verdadero mal menor.
Optar esta semana por Humala sería un desvarío histórico descomunal”, concluye CARETAS y nunca como ahora toma partido por la agrupación política fundada por Haya de la Torre. Siento que es de elemental honestidad el hecho de matizar un poco dicha sentencia. Votar por cualquiera de los dos candidatos en cuestión constituye una especie de desvarío, de frenesí. El simple hecho de ser peruanos nos expone a vivir al borde del desvarío y de eso somos conscientes todos los que queremos un cambio, un cambio de verdad, no una caricatura de democracia.

Hace cinco años me equivoqué. Voté por un advenedizo Alejandro Toledo (y lo digo porque ya casi nadie se acuerda de que votó por nuestro actual mandatario). Me equivoqué, lo sé, pero tengo la tranquila certeza de que me hubiera equivocado el doble si votaba por García Pérez (o peor aún: si votaba en blanco). ¿Me dejo entender? Espero que así sea.

Ahora, yo votaré por Ollanta Humala. Mi memoria me impide votar por Alan García. Llevar otra vez a ese sujeto a Palacio de Gobierno sería el tiro de gracia para nuestra moribunda dignidad nacional. Si García vuelve a alzarse como presidente del Perú nuestra bandera quedará percudida para siempre y no habría “lavado de bandera” o revuelta popular que nos la devuelva. Porque no hay desvarío peor que el desvarío de la memoria.
Juan Pablo Castel, aquel mítico personaje de Sábato, sabía muy bien de desvaríos. De esos desvaríos que atenazan al peruano de a pie, a todos aquellos compatriotas para quienes la democracia es una palabra inasible, para aquellos a quienes el presente (democrático) es tan horrible como el pasado, para quienes por suerte todavía recuerdan tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones… porque la memoria es, para nosotros los peruanos, como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza.
Yo votaré por Ollanta Humala porque sé que si mañana Fujimori viene a pedirle disculpas a mi pueblo y, acto seguido, a reclamar una nueva oportunidad, se la negaré de saque y sin titubear un instante.
Votar por Humala será, no lo niego, un desvarío, pero un desvarío digno. Porque los cínicos y crueles como Fujimori, Montesinos y García sólo nos deben servir para documentar nuestro pasado tenebroso. Para que se pudran juntos en el sórdido museo de la vergüenza. Y para acudir a ellos cada vez que la memoria lo requiera tanto o más como este 4 de junio.

© Orlando Mazeyra Guillén, 2006.

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