2010/02/08

Jaime Bayly: el canalla presidencial


–¿Sabes si Jorge va a misa todos los domingos? –preguntó.
–Ni idea –dijo él.
–Pregúntale, ¿ya? Porque es muy importante que tus amiguitos tengan sus valores morales bien puestos, Joaquincito. Y pregúntale también si reza todos los días.
–¿Por qué tengo que preguntar tantas cosas, mami? No seas metiche, pues.
–Es tu deber de cristiano tratar de salvar las almas de todos tus amiguitos, Joaquín. ¿O no quieres encontrarte con Jorge en el cielo?
–Sí quiero, mami. Claro que quiero. Jorge es súper buena gente.
–Entonces preocúpate por su formación espiritual y trata de enrumbarlo en el camino de la santidad, mi amor.
–Pero si le hablo de esas cosas de religión, de repente le va a fregar y no va a querer ser mi amigo nunca más, mami.
–No tengas miedo al ridículo, mi cielo. No tengas miedo al qué dirán. Tú eres un líder. Un líder nato. Tú has nacido para ser presidente o cardenal. Y de repente me quedo chica. A veces pienso que hasta el Vaticano no te para nadie, mi Joaquín.

Fragmento de No se lo digas a nadie.

1 comment:

Orlando Mazeyra Guillén said...

Hildebrandt: BAYLY Y LA CORRUPCIÓN
La fragua de Bayly, políticamente hablando, es su bien ganado narcisismo. Es un escritor torrencial y muchas veces talentoso, un comediante triunfal, un comunicador nato, un neurótico indiscreto y perverso que es capaz de anunciar pesares ficticios y hablar como un notario helado de su propia, inminente y fantasiosa muerte.
Bayly ha llegado a amarse tanto que si pudiera desdoblarse del todo se casaría consigo mismo. Es también socialmente inimputable y ha logrado, gracias a su simpatía, que se le perdone todo. Las barbaridades que ha escrito, su admisión pública de que “no tiene puta idea de para qué quiere ser presidente”, su prochilenismo fervoroso que lo empuja a plantear la virtual desaparición de las Fuerzas Armadas peruanas, sus oscuras escaramuzas con aquel amante argentino llamado Martín, su degradante persecución en contra de Diego Bertie –supuesta y ocasional pareja precoz del ahora candidato-, toda esa montaña de desatinos habría sepultado las ambiciones de cualquier mortal común y corriente.Pero Bayly parece tocado por un dios pagano que lo aurolea de teflón y agüita santa, un ángel de la guarda que no lo desampara ni de noche ni de día (sobre todo de noche).
Pero si las locas ambiciones –locas pero legítimas- de este ego omnívoro explican parte de su candidatura, lo cierto, lo dolorosamente cierto, es que Bayly no estaría en la lid electoral si la clase política peruana hubiese hecho una mínima parte de sus tareas.
Es la ruina de la política peruana y el desastre de la educación aquello que explica, en el fondo, el fenómeno Bayly.
Si los partidos son siglas, vientres putos de alquiler, aglomeraciones sin ideas claras, o maquinarias enormes donde las elecciones internas se manipulan y envilecen –tal es el caso del Apra-,¿qué pueden pensar los desafectos más jóvenes? Pues que un revulsivo esperpéntico nos puede caer bien. Bayly es un astuto fruto del desánimo de muchísimos jóvenes, de su asco por la política, de su rechazo a la farsa. Que quienes rechazan la farsa apuesten por Bayly parece una ironía autoinfligida. Y que su nicho electoral esté en las clases altas da una idea de que, en materia de valores, el desastre educacional del Perú va de la cima a la sima. (..) En pocos países la corrupción se premia o se celebra. Mi país, tocado por una infección de la que ya hablaba hace un siglo González Prada, ha desmantelado, gracias a García, el sistema que permitió encarcelar a algunos malandrines.
Es cierto que hubo un paréntesis de luz en todo este proceso. Y ese tramo soleado tuvo un nombre: Paniagua.
(..) No necesito abundar en detalles respecto de lo que ha significado el retorno de Alan García. Nunca sabremos cabalmente de qué tamaño es el actual saqueo del presupuesto nacional y de qué modo la podredumbre ha cundido, de arriba a abajo, desde la cabeza malograda a la circulación periférica, en los ministerios, los municipios, los gobiernos regionales, las instituciones.
Un problema mayor es que la corrupción que padecemos es incompatible con el capitalismo y el mercado. La corrupción no sólo roba sino que desalienta a la honestidad y destruye la meritocracia.
Si para ganar una licitación es mejor ser amigo que ser mejor y si algunas decisiones sobre gasto e inversión pasan por ciertas covachas del compadrismo porteño,¿de qué liberalismo hablamos?
El capitalismo creador que cambió al mundo no se hizo con lodo sino con trabajo y con valores. (..) Pero volviendo a lo nuestro: si el Apra es ese padre que devora a sus hijos, si la oposición es ese silencio, si la prensa del entretenimiento ha derrotado a la prensa seria, si los partidos deambulan en busca de un líder perdido, entonces nadie debería sorprenderse ante lo que está sucediendo: Bayly propone terminar de vender el país y, al mismo tiempo, plantea una revolución. Esa revolución, sin embargo, se detiene en el matrimonio gay, o en el concordato con Roma. Quietismo en lo económico –para que acabemos de cerrar lo poco de industria que nos queda- y audacias de segunda para el cojudeo.