2010/06/22

La leyenda continúa... que México la sufra


Maradona dijo que tenía 23 titulares (23 fieras, en sus propias palabras) y lo demostró en la cancha. El Genio ya hizo jugar a todos, exceptuando al defensa Ariel Garcé y a los dos arqueros suplentes de Sergio Romero.
La mezquina propuesta griega, ante el equipo B de Argentina, resistió, a punta de golpazos a Messi y compañía, hasta muy entrada la segunda etapa. Messi, la pisa, prueba, encara, la tira palo y no entra. México espera los goles de Messi.
Párrafo aparte para esa leyenda llamada MARTÍN PALERMO: el goleador de Boca Juniors disputa su primer mundial a los 36 años y metió el segundo gol. El gran campeón de la Libertadores y ariete del equipo más popular de Argentina ha vuelto a hacer historia. "Esto es impagable", ha dicho el hombre-récord. Lo mismo le decimos a él.
La leyenda continúa... que la sufra México. AMÉN.


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Actualización (23 de Junio, artículo de J.P. Varsky).
EL HOMBRE QUE HACE LLOVER: "Messi tenía 11 años cuando vio a Palermo errar tres penales en el mismo partido, contra Colombia, en la Copa América 99. En el último partido profesional de Maradona, anotó el gol del triunfo ante River con su cabeza platinada. Podríamos contar 22 cuentos. Todos sus compañeros tienen un episodio compartido con el hombre que hace llover".

http://www.canchallena.com/1277764-traeme-a-martin

2010/06/18

José Saramago (1922-2010)


Tienes noventa años. Estás vieja, dolorida. Me dices que fuiste la muchacha más hermosa de tu tiempo ―y yo lo creo. No sabes leer. Tienes las manos gruesas y deformadas, los pies como acortezados. Cargaste en la cabeza toneladas de leña y de haces, albuferas de agua. Viste nacer el sol todos los días. Con el pan que has amasado podría hacerse un banquete universal. Criaste personas y ganado, metiste a los lechones en tu cama cuando el frío amenazaba con helarlos. Me contaste historias de apariciones y hombres-lobo, viejas cuestiones de familia, un crimen de muerte. Viga maestra de tu casa, fuego de tu hogar ―siete veces quedaste grávida, siete veces pariste. No sabes nada del mundo. No entiendes de política, ni de economía, ni de literatura, ni de filosofía, ni de religión. Heredaste unos cientos de palabras prácticas, un vocabulario elemental. Con eso viviste y vas viviendo. Eres sensible a las catástrofes y también a los casos de la calle, a las bodas de las princesas y al robo de los conejos de la vecina. Tienes grandes odios por motivos de los que ya ni el recuerdo te queda, y grandes dedicaciones que se asientan en nada. Vives. Para ti, la palabra Vietnam es sólo un sonido bárbaro que nada tiene que ver con tu círculo vital de legua y media de radio. De hambres, sabes algo: viste ya una bandera negra izada en la torre de la iglesia. (¿Me lo contaste tú, o habré soñado que lo contabas?) Llevas contigo tu pequeño capullo de intereses. Y, sin embargo, tienes ojos claros y eres alegre. Tu risa es como un cohete de colores. Nunca he visto reír a nadie como a ti. Te tengo delante, y no te entiendo. Soy de tu carne y de tu sangre, pero no te entiendo. Viniste a este mundo y no te has preocupado por saber qué es el mundo. Llegas al final de tu vida, y el mundo es aún para ti lo que era cuando naciste: una interrogación, un misterio inaccesible, algo que no forma parte de tu herencia: quinientas palabras, huerto al que en cinco minutos se da la vuelta, una casa de tejas y el suelo de tierra apisonada. Aprieto tu mano callosa, paso mi mano por tu rostro arrugado y por tu cabello blanco que resistió el peso de las cargas ―y sigo sin entender. Fuiste hermosa, dices, y veo muy bien que eres inteligente. ¿Por qué te han robado, pues, el mundo? ¿Quién te lo robó? Pero quizá de esto entienda yo, y te diría cómo, y por qué, y cuándo, si supiera elegir entre mis innumerables palabras las que tú podrías comprender. Ya no vale la pena. El mundo continuará sin ti ―y sin mí también. No nos habremos dicho el uno al otro lo que más importa. ¿Realmente no nos lo habremos dicho? No te habré dado yo, porque mis palabras no eran las tuyas, el mundo que te era debido. Me quedo con esa culpa de la que me acusas ―y eso es aún peor. Pero, por qué, abuela, por qué te sientas al umbral de tu puerta, abierta hacia la noche estrellada e inmensa, hacia el cielo del que nada sabes y por el que nunca viajarás, hacia el silencio de los campos y de los árboles en sombra, y dices, con la tranquila serenidad de tus noventa años y el fuego de tu adolescencia nunca perdida: «¡El mundo es tan bonito, y me da tanta tristeza morir!».
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La foto de la Capilla Ardiente de Saramago la saqué del diario El País de Madrid.

Donde hay que estar

Escribe: Claudio Paul Caniggia

Hay delanteros que cuando tienen que venir, pican, y cuando tienen que picar, vienen. Otros se quedan entre los centrales cuando tienen que desmarcarse y cuando es necesario que se anticipen no lo hacen. Van al primer palo cuando tienen que quedarse en el segundo. Van al segundo cuando tienen que venir al primero. Les vas a dar un pase y se quedan por detrás de los delanteros en fuera de juego. Bajan a tocar, pero después les tiran cinco centros y nunca están en el área. Cuando los vemos, decimos: "Estos tipos se marcan solos".
El primer deber de un delantero no es hacer goles. Es estar. Su trabajo consiste en ir al lugar preciso en el momento preciso. Por eso, cuando terminó el partido de Argentina pensé: "Higuaín siempre estuvo donde tuvo que estar". Estuvo ahí. Donde tienen que estar los goleadores. Le centraron y apareció para conectar. Lo buscaron y se movió a la espalda de los defensores porque siempre maniobró a partir del pase. Siempre supo dar continuidad a la jugada anticipándose al pase, en complicidad con el compañero que llevaba la pelota.
A Higuaín solo le faltó una cosa. Me hubiera gustado que bajara a elaborar un poquito más en el medio, a participar más de la creación. Él lo puede hacer porque tiene condiciones técnicas para eso y, en el futuro, Argentina necesitará que sus atacantes se impliquen en otras funciones porque son demasiados como para dedicarse exclusivamente al gol. Lo mismo digo para Di María, a quien le pasa lo contrario que a Higuaín. A Di María le está costando física y mentalmente adaptarse a las exigencias tácticas de la selección. Ya no sólo le piden que desborde. Además, tiene que ayudar a tapar espacios por delante de Heinze. Este trabajo lo cumplió siguiendo a Lee Chung-Yong y a Yeom Ki-Hun. Pero le faltó lo más importante. Le faltó desbordar, y Argentina necesita que alguien abra la cancha por la izquierda, porque por la derecha no tiene con quien. Di María estuvo tímido para encarar y no se atrevió a terminar la jugada cuando tuvo una pelota para su pierna buena que debió rematar al segundo palo. Eligió dársela a Higuaín, que tenía un coreano encima. Se equivocó. Cuando Di María aparezca, Argentina jugará mucho mejor todavía.
Me gustó la entrada de Agüero porque es un jugador de partido grande. Agüero se retrató cuando le tiró ese centro de revés a Higuaín para el cuarto gol. Hizo la entrega técnicamente a lo grande, con el exterior del empeine. Así es Agüero. En la Liga puede parecer inconstante pero es técnicamente bárbaro y es descarado. Le da lo mismo jugar contra Brasil que contra cualquiera. Siempre hace la suya. Lo ves en la cancha. Se le nota en la cara. A Agüero no le cuesta entrar en el Mundial y creo que Maradona lo sabe mejor que nadie. Diego también sabe que a Messi le gusta estar con Agüero y que a Agüero le gusta estar con Messi. Juntos forman una pareja única en este torneo: son los únicos que tiran paredes entre cuatro defensas, en dos metros, te amagan para un lado, para el otro, te enganchan, te marean.

2010/06/17

Pipita, Pipita, Pipitaaaaaa


Aunque Gonzalo Higuaín nació en Francia, no tuvo la menor duda en elegir su nacionalidad para poder disputar una copa del mundo. Hoy el Pipita la embocó en tres ocasiones y, por el momento, es el goleador del torneo. Un jugador argentino no metía tres goles en un sólo partido desde las tres pepas de Gabriel Omar Batistuta contra Jamaica en el mundial francés.
Paso a paso, Maradona. El equipo otra vez se encontró con un gol temprano y se relajó demasiado. Al final de la primera mitad, los surcoreanos le metieron el primer gol del torneo a Sergio Romero y la victoria parcial de 2 a 1 no reflejaba lo que pasó en la cancha.
Segundo tiempo chato, hasta algo aburrido, hasta que entró el yerno de Maradona y apareció la gran sociedad entre Messi y el Kun. Desbarataron la defensa del rival y este 4-1 lo pone prácticamente en Octavos.
Ayer, hablábamos de España... y los españoles tienen eso: una buena liga. Ahí juegan Messi, el Pipita y el Kun. ¿Qué sería de los españoles sin el talento argentino?

2010/06/16

Suiza-España: Cara y contracara


¿Quiere vivir el mundial? Venga y pase, pero luego no se arrepienta.
España se juraba el campeón (sin trono ni antecedente) y se desbarrancó ante una Suiza guerrera que vacunó en el momento exacto. Victoria épica que vendría a perpetuar el maleficio de los españoles en las Copas del Mundo.
Ahora, viene a cuento una reflexión de Andoni Zubizarreta (arquero español en más de un fracaso mundialista): "En este deporte 2 + 2 no siempre son 4...y eso, que hoy nos hace padecer a los españoles, es lo que convierte al fútbol en un juego maravilloso".
Y la prensa española que ya levantaba su primera copa y fustigó a Maradona, ahora que castigue de la misa forma a Vicente del Bosque.
Después de la batalla, todos somos generales. Diego Maradona lo dijo antes de arrancar el mundial:
Le preguntaron: ¿El equipo argentino es candidato a ganar la Copa del mundo Sudáfrica 2010?
Y el genio, respondió: “No, porque los candidatos nunca la ganan. Dejá que España sea candidato.”
Luego de eso se agarró ahí abajo (lo que le faltó a España).

2010/06/05

NO ME OLVIDÉ, ¡CÓMO PODRÍA!

Diego, yo sueño: www.nomeolvide.com

Por Orlando Mazeyra Guillén

Diego Armando Maradona Franco es más que una persona: es el resumen brutal –desproporcionado, afiebrado hasta el cataclismo emocional– de todas las variantes que podemos encontrar en la raza humana (anidan en su alma, engarzándose bajo el imperio de la contradicción, tanto el genio como el negado, el soberbio y el humilde, el coraje y el temor, el modelo a seguir y la imagen a descalificar sin miramientos. Maradona es arte y basura; salud y enfermedad; fe y desesperanza. Pero, el mejor jugador de toda la historia de los mundiales de fútbol, es, por sobre todas las cosas, uno de los personajes más auténticos que nos ha regalado el siglo XX).
El niño misérrimo de Villa Fiorito que con magia, destreza y un corazón sobrenatural, se transformó en un titán dentro del césped de juego y supo acceder a ese parnaso deportivo en donde todos los dioses dejaron de existir; porque sencillamente D10S pasó a ser él: hijo de Don Diego y la Tota, quienes lo aman, lo lloran y lo siguen sufriendo ahora que conduce los destinos del seleccionado argentino en Sudáfrica 2010.
NO ME OLVIDÉ, GENIO. Porque ni el Alzheimer más severo y malhadado me podría hacer olvidar esa final de Italia 1990 (que más parecía el coliseo romano en donde el público exultante quería ver al talento despedazado por los leones). Maradona le puso la cara a la derrota, no quitándose la medalla de plata como hacen los que no saben que ser segundo también es un mérito (y no un deshonor), sino con esa cuota tan suya de emotividad sin parangón: el rostro anegado en lágrimas –cuentan que el doctor Bilardo les pedía a sus dirigidos que lo cubrieran para que las tribunas, y sobre todo las cámaras, no vieran al astro compungido–; y yo, queriendo consolarlo, aunque sin éxito: la pantalla del televisor no me permitiría acceder a mi ídolo caído, que pronto se levantaría.
Porque ésa es la lección más importante que nos dictó Maradona: si te caes, después del trompicón más horrendo –aquel que, producto de los excesos y el desvarío, puede acabar con tu vida misma–, todavía puedes levantarte y seguir soñando (porque, entre otras cosas, «la pelota no se mancha» , como reza uno de sus aforismos más rotundos y celebrados).
Decía que Maradona lloraba, pues, por un segundo lugar que nunca cupo en el corazón de un ganador por mandato de estirpe. Y la mejor forma de estar a su lado era emulándolo: ¡llorando como lo que yo era: un niño!
«¿Por qué lloras, acaso tú eres argentino?», me preguntó mi viejo. Yo no supe qué responder. Corrí a mi habitación y me aferré a la almohada, jurándome ver a Maradona otra vez tocando el cielo con las manos. Es harto sabido que ello no sucedió en Estados Unidos 1994 y jamás volvería a suceder en otra cita mundialista.
Pero Maradona es Maradona. Lo cual quiere decir que si ya no puede entrar a la cancha con la cinta de capitán y con la mítica número 10 en la espalda, todavía se las ingenia para estar en los mundiales de otra manera: como un entrenador resistido, vilipendiado hasta el hartazgo por sus compatriotas (y «bancado a muerte» por sus eternos incondicionales). Su respuesta –aún siendo el descalabro de un corazón a mil pulsaciones por minuto– lo pinta de cuerpo entero: «Que la sigan mamando».
A veces juego a olvidarme, pero no puedo. Mi relación contigo es de un amor-odio tan genuino que puedo decirte: NO ME OLVIDÉ.
NO ME OLVIDÉ que me enseñaste a descubrir que los héroes sí existen: pero no son altos y apuestos como aquellos que inventan los yanquis. Pueden ser chatos y regordetes. Eso sí: premunidos de una magia hechicera, una gambeta atontadora y una zurda celestial que pisó los mejores estadios del planeta.
NO ME OLVIDÉ, Maradona, y por eso sigo contigo. Ver tu barba entrecana me hace ponerme cara a cara con mi propia vejez.
NO ME OLVIDÉ que eres mortal y que te tendrás que agotar como cualquiera de nosotros. Pero seguirás vivo porque todos te recordarán y habrán abuelos que dirán: ¡Yo vi jugar a Maradona!, y con esa frase basta porque, si sigo, la emoción embarga.
NO ME OLVIDÉ, MARADONA, ¡CÓMO PODRÍA, GENIO! Y, lo mejor de todo es que, como dice el video: yo sueño.