2010/11/30

Te leo porque te amo


«Si un niño no comprende lo que lee, menos comprende el mundo en el que vive y sus posibilidades de desarrollo cultural, económico y social son muy escasas en una economía mundial, como la actual, que se basa en la información y en la creatividad.
Leerle a nuestros niños es la base para el desarrollo de sus competencias intelectuales: comprender lo que leen, su propia vida y la sociedad en la que viven nace en el acto sencillo de leerles un cuento cada día.
¡Gracias a todos los que nos apoyaron en esta acción social donde se juntaron artistas visuales, músicos, gestores culturales, periodistas y escritores para visitar los colegios de Arequipa, leerles a los niños y hablarles de todo lo que puedes lograr leyendo! ¡Y de lo mucho que te puedes divertir!
»

El día de ayer, por la mañana, estuvimos en algunos colegios de Arequipa conversando con niños de primaria y secundaria acerca de la importancia de la lectura. La idea inicial resulta simple, pero requiere de un trabajo arduo: incentivar en los niños el hábito por la lectura, y estimularlos para que asistan a las bibliotecas de sus escuelas y lean libros. Lamentablemente en muchos colegios no hay bibliotecas. Queda mucho por hacer. TE LEO PORQUE TE AMO.
Foto: Diario La República.

2010/11/25

Primera Memoria (1959)


¿Será verdad que de niños vivimos la vida entera, de un sorbo, para repetirnos después estúpidamente, ciegamente, sin sentido alguno?

2010/11/23

11 de Marzo


Si fuera más guapa y un poco más lista…
si fuera especial, si fuera de revista,
tendría el valor de cruzar el vagón
y preguntarte quién eres.

Te sientas enfrente
y ni te imaginas
que llevo por ti mi falda más bonita,
y al verte lanzar un bostezo al cristal
se inundan mis pupilas...

De pronto me miras,
te miro y suspiras,
yo cierro los ojos,
tú apartas la vista,
apenas respiro,
me hago pequeñita
y me pongo a temblar...

Y así pasan los días, de lunes a viernes,
como las golondrinas del poema de Becker
de estación a estación, en frente tú y yo:
ahí viene el silencio...

De pronto me miras,
te miro y suspiras,
yo cierro los ojos,
tú apartas la vista,
apenas respiro,
me hago pequeñita
y me pongo a temblar...

Y entonces ocurre:
despiertan mis labios,
pronuncian tu nombre, tartamudeando,
supongo que piensas "qué chica más tonta"
y me quiero morir

pero el tiempo se para
y te acercas diciendo:
yo no te conozco y ya te echaba de menos,
cada mañana rechazo el directo y elijo este tren

Y ya estamos llegando,
mi vida ha cambiado:
un día especial este 11 de marzo,
me tomas la mano, llegamos a un túnel
que apaga la luz...

Te encuentro la cara
gracias a mi manos,
me vuelvo valiente
y te beso en los labios,
dices que me quieres
y yo te regalo el último soplo de mi corazón...

11 de Marzo (La oreja de Van Gogh)

2010/11/22

Mentiras y gordas

Una película de Alfonso Albacete y David Menkes

Mentiras y gordas: "Piensas que demasiado nunca es suficiente". Para algunos: apología, un himno a la frivolidad; para otros: una mirada honesta a la vida de estos tiempos. Quizá un poco de ambas cosas. Lo que sí, vale la pena. La vida hay que vivirla a tope... pero no de UNA SOLA MANERA.
Más acá:
http://mi-propio-cinema-paradiso.blogspot.com/

2010/11/20

M x 2: Sin palabras

Maradona y Mourinho: sin palabras.

Como el día del partido inaugural, frente a Bélgica, tuvo un desempeño opaco, muchos se preguntaban de dónde, desde cuándo y por qué el mito Maradona. Después del partido de Argentina contra Hungría, que el pequeño astro iluminó de principio a fin con el fuego de artificio de su sabiduría, ya nadie lo pone en duda: Maradona es el Pelé de los años ochenta. ¿Un gran jugador? Más que eso: una de esas deidades vivientes que los hombres crean para adorarse en ellas.
Por un período que será fatalmente breve –este es el más absoluto y el más fugaz de los reinados–, el argentino le toca ahora ser, para millones y millones de personas en el mundo, lo que fueron, en sus también rápidos turnos imperiales, Pelé, Cruyff, Di Stéfano, Puskas y algunos otros: la personificación del fútbol, el héroe en quien este deporte se hace cifra y emblema. Los mil millones de pesetas que, se dice, ha pagado el Barcelona por incorporarlo a sus filas son una prueba rotunda de que Maradona ya accedió a este trono y, a juzgar por lo que fue su actuación ante los húngaros, y el eco que ella ha tenido en el público, este Mundial demostrará que el Barza ha hecho una inversión rentable. Diez millones de dólares es mucho dinero por un simple mortal que patea la pelota, pero no es nada si lo que en verdad se compra es un mito.
Maradona es un mito porque juega maravillosamente, pero también porque su nombre y su cara se graban en la memoria al instante y porque, por una de esas indescifrables razones que no tienen nada que ver con la razón, de entrada nos parece inteligente y nos cae simpático. ¿Tiene algo que ver esa impresión con su estatura? En el partido contra Hungría viéndolo operar entre esos altos y fornidos defensas magiares que se revelaban con patética ineficacia por contenerlo, uno tenía la alentadora impresión de que hay una justicia inmanente, de que también en el fútbol es cierto eso de que más vale la maña que la fuerza, de que lo que cuenta a la hora de patear la pelota no son de ningún modo las patas sino la fantasía y las ideas.
Sin embargo, a pesar de su escasa estatura, Maradona no da la sensación de ser frágil, sino alguien fuerte y sólido, acaso por esas piernas robustas, de músculos salientes, que resisten sin menoscabo los encontrones de los defensas adversarios; no importa cuán altos y fuertes sean. Esa cara de muchacho soñador, ingenuo, lleno de buenas intenciones le sirve de maravilla para engatusar a los desmoralizados bípedos encargados de cuidarlo, porque lo cierto es que, a la hora de cargar y de jugar recio, también sabe hacerlo y con un ímpetu que se diría incompatible con su físico.
No es fácil definir el juego de Maradona. Es de tanta complejidad que, en su caso, cada adjetivo necesita una apostilla, una matización. No es brillante e histriónico, a la manera del soberbio Pelé, pero su eficacia es tan rotunda, cuando lanza, desde ángulos inverosímiles, esos disparos potentísimos hacia el arco o cuando, mediante un pase escueto y preciso como un teorema, pone en movimiento una irresistible operación ofensiva, que sería injusto no llamarlo espectacular, un jugador que torna un partido en una exhibición de genio individual (o un ‘recital’, como dijo un crítico con excelente puntería, de su desempeño frente a Hungría).
El estilo de Maradona traumatiza esa división que creíamos válida entre un fútbol científico, tipo de Europa, y un fútbol artístico, de estirpe latinoamericana. El argentino practica ambas cosas a la vez y ninguna de ellas en especial, es una curiosa síntesis en la que la inteligencia y la intuición, el cálculo y la inventiva se apoyan continuamente. Igual que en su literatura, Argentina ha producido un estilo de fútbol que es la manifestación más europea de lo latinoamericano.
Si en los próximos partidos Maradona juega como jugó contra los húngaros, no hay duda de que, con prescindencia de la colocación de Argentina en el cuadro final, él será el héroe de este torneo (y de los años que sigan). Los pueblos necesitan héroes contemporáneos, seres a quienes endiosar. No hay país que escape a esta regla. Culta o inculta, rica o pobre, capitalista o socialista, toda sociedad siente esa urgencia irracional de entronizar ídolos de carne y hueso ante los cuales quemar incienso. Políticos, militares, estrellas de cine, deportistas, ‘playboys’, grandes santos o feroces bandidos han sido elevados a los altares de la popularidad y convertidos por el culto colectivo en eso que los franceses llaman con buena imagen los monstruos sagrados. Pues bien, los futbolistas son las personas más inofensivas a quienes se puede conferir esta función idolátrica.
Ellos son, claro está, infinitamente más inocuos que los políticos o los guerreros, en cuyas manos la idolatría de las masas se puede convertir en un instrumento temible, y el culto del futbolista no tiene las miasmas frívolas que enrarecen siempre la deificación de la artista de cine o de la musaraña de sociedad. El culto al as del balompié dura lo que su talento futbolístico se desvanece con este. Es efímero, pues las estrellas de fútbol se queman pronto en el fuego verde de los estadios y los cultores de esta región son implacables: en las tribunas nada está más cerca de la ovación que los silbidos. Es también el menos enajenante de los cultos porque admirar a un futbolista es admirar algo muy parecido a la poesía pura o a una pintura abstracta. Es admirar la forma por la forma, sin ningún contenido racionalmente identificable. Las virtudes futbolísticas –la destreza, la agilidad, la velocidad, el virtuosismo, la potencia– difícilmente pueden ser asociadas a posturas socialmente perniciosas, a conductas humanas. Por eso, sí tiene que haber héroes. Que viva Maradona.
Mario Vargas Llosa

2010/11/14

Calamaro On The Rock: "Arequipa... ¡de infarto!"

Todos podemos ser Calamaro... Mentira, pero luego del apoteósico (y no exagero, señores) concierto de ayer... Eso poco importa.
El Salmón se quedará por siempre en Arequipa. Si alguien lo duda, entonces que lea su reciente comentario en su blog oficial (www.calamaro.com). Porque yo tampoco estoy en condiciones de describir la jornada de ayer, sólo acotar, mientras tanto, que la música de El Salmón es una de esas cosas maravillosas que hacen que la vida valga la pena (no te bajes de la nube, Cantor, estamos contigo en ella):

Arequipa... ¡de infarto!

Escribe Andrés Calamaro

Antes de elaborar un texto capaz de explicar lo que vivimos hace apenas minutos en Arequipa; decir que... nunca escuché aplaudir así a grupo o artista alguno; que estamos muy grandes y lo sabemos, y es porque cantamos para gentes como la nos vino a ver (y escuchar) hoy , recién nomás, en esta bendita ciudad... Si por momento pensé que, tanta la intensidad, ¡me daba ahí nomás un infarto! Y fue más que un pensamiento, me salían las tripas por la boca y consta que mi system gastrico está impecable... Mi pueblo hispano-latinoamericano...

Voy a bajar de esta nube peruana ...

2010/11/13

ESTADIO AZTECA



Prendido
a tu botella vacía,
esa que antes, siempre tuvo gusto a nada.
apretando los dedos, agarrándole, dándole mi vida,
a ese "para-avalanchas"...
Cuando era niño,
y conocí el Estadio Azteca,
me quedé duro, me aplastó ver al gigante,
de grande me volvió a pasar lo mismo,
pero ya estaba duro mucho antes...
dicen que hay...
dicen que hay...
un mundo de tentaciones,
también hay caramelos
con forma de corazones...
dicen que hay,
bueno, malo,
dicen que hay mas o menos,
dicen que hay algo que tener,
y no muchos tenemos...
y no muchos tenemos...

Gracias le doy a la Virgen,

Gracias le doy al Señor,
Porque entre tanto rigor,
Y habiendo perdido tanto,
No perdí mi amor al canto
Ni mi voz como cantor.
(de La vuelta de Martín Fierro)

prendido,
a tu botella vacía,
esa que antes, siempre tuvo gusto a nada.

2010/11/12

Calamaro en Arequipa: el hedonista e(sté)tico

Por Orlando Mazeyra Guillén

«Mis páginas en blanco son los recitales que todavía no hice», afirma Andrés Calamaro (Buenos Aires, 1961). Arequipa, en el que sin duda será el evento musical del año, tendrá la oportunidad de convertirse en la página en blanco que seduzca al célebre cantautor, para rendirse, en una noche de clímax rockero, ante las copiosas melodías de esta leyenda del país de Gardel, Charly García y Fito Páez, que ha hecho de su disidencia («siempre seguí la misma dirección, la difícil: la que usa el Salmón»), su honestidad brutal («malo el mentirle a tus hijos, peor el que aconseja sin saber») y de ese inagotable afán por reinventarse y desmarcarse de sí mismo: una enfermedad congénita, una metamorfosis épica que sus seguidores agradecemos con fervor: acoplando, así, su versatilidad y lirismo a nuestras circunstancias íntimas, asociando –gracias a la magia y potencia de la música– sus creaciones con momentos decisivos; también verbos o adjetivos, que calzan como guantes en nuestras biografías anónimas o memorias colectivas (el amor y su contracara, la guerra y las dictaduras, el exceso y la nostalgia de su ausencia, la soledad, la angustia, la búsqueda de casas o de «alguna casa», el dolor, el afán contestatario, la violencia en todas sus formas y derredores, los reos de nocturnidad, los perdedores; sin dejar pasar la pasión por el fútbol o Bob Dylan, etcétera).

Confieso que me cuesta creer que este ídolo del rock en español, eficaz aglutinador de masas por donde vaya, en sus inicios, se conformaba con ser tecladista. Pues –como le confesó al caricaturista Ricardo Liniers– al principio, cantar ante a un auditorio atestado de gentes le resultaba una experiencia terrible y abrumadora.

Aunque llega a Arequipa como parte de la gira de presentación de su último disco: «On The Rock» (2010), para nadie es un secreto que «Honestidad Brutal» (1999), su décimo álbum como solista es también su buque insignia, con sus 37 entregas en dos discos, constituye el punto más alto en su devenir creativo: «Costó. Mucho. Tal vez demasiado –le contó el Salmón al escritor Rodrigo Fresán–. Todavía estoy pagando». Y no miente, porque se refiere a una monstruosa producción que podríamos entender como una desaforada tentativa por introducirse sin reparos en una espiral vitalista, una «orgía perpetua», el festín del insomne sin remedio, donde la realidad y la irrealidad se confunden, se cruzan y descruzan a través del experimento, los alucinógenos, psicotrópicos y la behetría. Es, según el propio Andrés Calamaro (AC), el disco del exceso que, once años después, sigue siendo la piedra de toque de toda su trayectoria artística (todo lo que haga o deshaga será cotejado con este trabajo): «Son sueños y pesadillas del rock and roll», sentencia AC, quizá recordando el fraseo sicodélico de ese clásico llamado «Te quiero igual» que también es un homenaje a Dylan: «No sé si estoy despierto o tengo los ojos abiertos. Sé que te quiero y que me esperan muchos más aeropuertos». En esta satisfacción viciosa que mezcla altas dosis de amor, euforia y de locura, donde el paroxismo no es más que una impronta que dará cuenta de un instante eterno en el cual los «aeropuertos» adquieren un hálito que escapa a esa innecesaria definición formal del recinto destinado al tráfico de aviones (y de otras cosas); los aeropuertos son, para el Salmón, los lugares a donde él viajó, no sana ni santamente, solo o acompañado (de otras cosas), allí, lejos, «el centro de la tierra (donde) las raíces del amor, donde estaban, quedarán».

Hincha del Rojo (Independiente de Avellaneda, cuna de cracks como Ricardo Bochini) e incondicional de Maradona, a quien le dedicó una sensible melodía que, al igual que «El perro», incendia los conciertos en su natal Argentina. La canción que homenajea al mejor futbolista de todos los tiempos tuvo y tiene muchos críticos, pero AC, con particular sencillez, nos hace entender que los seres humanos estamos por encima de cualquier mito o fanatismo: «la canción es el rescate del individuo por encima de cualquier rito masivo».

AC, el hedonista e(sté)tico, cumple también una labor cívica, como caústico opinador de la realidad argentina y, por qué no, latinoamericana y española. Tomando partido, con su peculiar estilo, en temas o coyunturas que a otros hacen callar o cerrar los ojos («otra vez nadie dice la verdad, ni en pedo ni de casualidad, la coima en el senado no es pecado, (pero) el pibe está en cana por viajar colado. Nadie dice esta boca es mía, pero a mí me hacen denuncia por apología; mientras tanto pasan factura: son los paladines de la mano dura… ¡Lástima, Argentina, eras un bizcochuelo, ahora eres gelatina!». Calamaro coincide, por ejemplo, con el Nobel Mario Vargas Llosa (a pesar de haber bromeado en algún concierto diciendo que el novelista arequipeño había decidido «devolver el Nobel para dárselo a Joaquín Sabina») en temas que erisipelan o crispan a muchos: los toros y la legalización del consumo de drogas.

El año 2005, en el mítico concierto denominado El Regreso, en el estadio de Obras Sanitarias, en Buenos Aires, AC trató de explicarle al público (desilusionando a no pocos de los más de 22 mil exultantes seguidores), que su coreada melodía titulada «Media Verónica» no estaba inspirada en una mujer, sino que hacía referencia a «una de las suertes que hacen los toreros, una posición como de baile para enfrentar al toro, ¡algo artístico!». Muchos repudiaron lo que entendieron como una oda a la fiesta brava. No obstante, Andrelo no dio marcha atrás y terminó con una conclusión rotunda: «A mí me gustan mucho los toros y acá comemos mucha carne, así que todo bien, ¿no?».

Todo bien, Andrés, ¡todo bien! Los arequipeños también comemos mucha carne. Además, acá, al pie del volcán, amamos otra fiesta, digamos más pareja y menos salvaje (quizá revestida de un arte más rudimentario), enfrentando a los toros entre ellos, a veces utilizando a la vaca o ternera como ‘manzana de discordia’ y el concurso del hombre pasa a un segundo plano, pues es través de arengas o silencios como se involucra, y, desde luego, para tomar decisiones en cuanto al toro ganador, como en una pelea de box. Pero, más allá de coincidir o no con tus posturas políticas o culturales, sabemos, al menos tus seguidores, que tu Rock está por encima de todo. Y Arequipa siempre será vulnerable a tu lado más amable, en este pedazo del planeta siempre contarás con soldados de tus lados más malvados y arquitectos de tus lados incorrectos. Calamaro, artesano de nuestros lados más humanos («¡qué más quisiera que pasar la vida entera como estudiante el día de la primavera!»).

Ojalá el repertorio y el aliento del público arequipeño den pie a la mejor antología de la portentosa producción calamaresca: El Salmón, Flaca, Crímenes Perfectos, Mi enfermedad, Los divinos, Te quiero igual, Clonazepan y circo, La parte de adelante, Sin documentos, Paloma, Media Verónica, Me envenenaste, Mil horas, Estadio Azteca, etcétera.

Sabemos que veremos a un Calamaro más asentado, con mujer e hija, y ya frisando los cincuenta. Pero –y esto es lo más estimulante para él y todo el público– con muchas páginas en blanco esperando por su indiscutible talento, su hedonismo, antes que ético, estético. Y, si las crisis vuelven: «parte de mí no cambió, y a la vez, ya no soy el viejo Andrés que no dormía jamás», que sean para darle de comer al monstruo que pide un poco de amor para retribuir con una montaña de horror: «los hombres creen que tienen dieciocho años hasta que tienen veintiocho. Y un día se miran al espejo y se dan cuenta (…) Yo tengo la suerte o la desgracia de que muchas veces mis canciones se dan cuenta de lo que me pasa o me va a pasar antes que yo».

Estaremos a tu lado, Salmón, coreando cada canción, alentando a rabiar al poeta maldito que se disfraza de cantante (y viceversa). Porque todos, al unísono y en complicidad terminante, podemos exclamar: «Quiero arreglar todo lo que hice mal».

Arequipa, noviembre 2010.

Nota.- Calamaro en el concierto del jueves 11 en Lima se fue y volvió varias veces. Esperemos que el público arequipeño se ponga las pilas. Entre las canciones que tocó en la capital, estuvieron:

1. Let it be (Los Beatles)
2. El Salmón
3. Los divinos
4. Mi enfermedad
5. Tres Marías
6. Mil horas
7. Tuyo Siempre
8. Todos se van
9. Mi gin tonic
10. Todavía una canción de amor
11. Me estás atrapando otra vez
12. Flor de samurai
13. Buena Suerte y Hasta Luego
14. Costumbres Argentinas
15. El perro
16. Te quiero igual
17. No woman, no cry (Bob Marley)
18. Los chicos
19. Estadio Azteca
20. Crímenes perfectos
21.Volver (Tango)
22. Flaca
23. Alta Suciedad
24. Canal 69


2010/11/04

Dios tiene sus procedimientos: Desasosiega, inquieta, nos empuja a buscar

Cierto, aquí se había volcado mucha mala gente, tal vez lo peor de Europa. ¿No tenía eso remedio? Era imprescindible que vinieran las buenas cosas del Viejo Continente. No la codicia de los mercaderes de alma sucia, sino la ciencia, las leyes, la educación, los derechos innatos del ser humano, la ética cristiana. Era tarde para dar marcha atrás ¿no es cierto? Resultaba ocioso preguntarse si la colonización era buena o mala, si, liberados a su suerte, a los congoleses les habría ido mejor que sin los europeos. Cuando las cosas no tenían marcha atrás, no valía la pena perder el tiempo preguntándose si hubiera sido preferible que no ocurrieran. Mejor tratar de enrumbarlas por el buen camino. Siempre era posible enderezar lo que andaba torcido. ¿No era ésta la mejor enseñanza de Cristo?
Cuando, al amanecer, Roger Casement le preguntó si era posible para un laico como él, que no había sido nunca muy religioso, trabajar en alguna de las misiones que la Iglesia bautista tenía por la región del Bajo y Medio Congo, Theodore Horte lanzó una risita:
–Debe ser una de las celadas de Dios –exclamó–. Los esposos Bentley, de la misión de Ngombe Lutete, necesitan un ayudante laico para que les eche una mano con la contabilidad. Y, ahora, usted me pregunta eso. ¿No será algo más que una mera coincidencia? ¿Una de esas trampas que nos tiende Dios a veces para recordarnos que está siempre allí y que nunca debemos desesperar?
El trabajo de Roger, de enero a marzo de 1889, en la misión de Ngombe Lutete, aunque corto fue intenso y le permitió salir de la incertidumbre en que vivía desde hacía algún tiempo. Ganaba sólo diez libras mensures y con ellas tenía que pagar su sustento, pero viendo trabajar a Mr. William Holman Bentley y a su esposa, de la mañana a la noche, con tanto ánimo y convicción, y compartiendo junto a ellos la vida en esa misión que, a la vez que centro religioso, era dispensario, sitio de vacunación, escuela, tienda de mercancías y lugar de esparcimiento, asesoría y consejo, la aventura colonial le pareció menos cruda, más razonable y hasta civilizadora. Alentó este sentimiento ver cómo en torno a esa pareja había surgido una pequeña comunidad africana de convertidos a la Iglesia reformada, que, tanto en su atuendo como en las canciones del coro que a diario ensayaba para los servicios del domingo, así como en las clases de alfabetización y de doctrina cristiana, parecía ir dejando atrás la vida de la tribu y comenzando una vida moderna y cristiana.
(…) Pese al afecto que llegó a sentir por los Bentley y la buena conciencia que le daba trabajar a su lado, Roger supo desde el principio que su estancia en la misión de Ngombe Lutete sería transitoria. El trabajo era digno y altruista, pero sólo tenía sentido acompañado de esa fe que animaba a Theodore Horte y a los Bentley y de la que él carecía, aunque mimara sus gestos y manifestaciones, asistiendo a las lecturas comentadas de la Biblia, a las clases de doctrina y al oficio dominical. No era un ateo, ni un agnóstico, sino algo más incierto, un indiferente que no negaba la existencia de Dios –el «principio primero»– pero incapaz de sentirse cómodo en el seno de una iglesia, solidario y hermanado con otros fieles, parte de un denominador común. Trató de explicárselo en aquella larga conversación de Matadi a Theodore Horte y se sintió torpe y confuso. El ex marino lo tranquilizó: «Lo entiendo perfectamente, Roger. Dios tiene sus procedimientos. Desasosiega, inquieta, nos empuja a buscar. Hasta que un día todo se ilumina y ahí está Él. Le ocurrirá, ya verá».

Mario Vargas Llosa, El sueño del celta