2013/03/04

Fin del taller de escritura creativa: La escritura como confesión...

Lima, diciembre del 2009... la escritura como confesión.

El viernes 01 de marzo finalizamos el taller de escritura creativa Las sombras de las palabras: la escritura como confesión. La clausura se llevará a cabo el día viernes 15 de marzo de 2013 en la Biblioteca del Centro Cultural Peruano Norteamericano.
Agradezco, en primer lugar, a Carlos Rivera, Director de la Asociación Cultural La Casa de Cartón por volver a confiar en mí y todos los (nuevos) amigos que participaron del taller (algunos repitiendo plato, pues ya lo habían hecho el año pasado).
Es posible que se realice otro taller en el mes de marzo. Los interesados escribir a mazeyra@gmail.com o a ciudadanocarlosrivera@hotmail.com

BESTIARIO DE ROSTROS*
Escribe Jordan Jáuregui (alumno del taller)

20 de febrero
Orlando nos ha pedido escribir un cuento para el taller. Pero no me siento capaz siquiera de contar cómo fue mi viaje de regreso en combi que es lo que, usualmente, suelo contarme, todas las noches, después de ir al baño. «Cortarme» más que «contarme»: ese pedazo del tiempo y rebanarlo en fotogramas para apreciar la cara sudorosa e indiferente de la gente. Así mantengo mi bestiario de rostros que, uno por uno, intentaré encajar algún día en la historia que olvido antes de decir: «bajo en la esquina».
No llevo borradores, pues nunca en mi vida he escrito un cuento.

21 de febrero
Me quedé sin dinero para el pasaje. No reniego, me gusta caminar. Hoy conté cuatro parejas caminando de la mano, dos policías, tres semáforos, cinco teléfonos públicos y un tipo que entregaba volantes. Los teléfonos me dolían, por eso los conté más. Es que venía pensando en qué decirle al llamarla, si es que me atrevía a hacerlo, porque, de puro nerviosismo, sudo hasta las palabras cuando la oigo hablar. Quería decirle que me existe como un líquido que se hace ganglios en mis ojos, que es un mar, que me extraño sí, a ella no porque estoy perdido y no me encuentro; por eso no la llamo.
22 de febrero
Tomé mucho licor antes de marcar su número, no quiero recordarlo. Cuando comencé a soltar  groserías previsibles como «te amo» y «me has cambiado mucho»—, colgó y rompí la botella contra el piso. Estoy ebrio en una cabina de internet. Tengo ganas de cagar, de llorar, de correr, de matar. Este blog nunca será leído y ésa es mi única esperanza.
25 de febrero
El último viernes pedí permiso para usar el baño de unas cabinas por la avenida Independencia. No había papel higiénico, apenas tenía un volante arrugado en el bolsillo. Había una anotación atrás que no recordaba haberle hecho, porque suelo llevar el número de Ale en algún papel que siempre preparo para llamarla, incluso con las cosas que quiero decirle (y que acostumbro romper antes de cometer alguna estupidez). Decía algo más o menos así:
X
Este es el único volante que he marcado. Voy a matarme bebiendo ácido porque siento todas mis vísceras malogradas, ya no las puedo soportar dentro de mí. Tal vez esta sea mi última forma de buscar ayuda. Contáctame, por favor, mi correo es clemente56@hotmail... y la contraseña es: 156posible

Acabo de enviarle un mensaje y no sé por qué no me atrevo a abrir su correo.
27 de febrero
El sujeto del volante no ha respondido y, por más que trato, no logro recordar su rostro (¿alguna vez lo vi?, ¿forma parte de mi bestiario de rostros?). Ahora tengo la bandeja de entrada de su correo abierta. Más allá de los dos mensajes que le envié, todos son mails que él mismo se ha enviado: diez en total, aparentemente su nombre es Clemente Salinas.
Los tres primeros correos tienen fotos (dos de ellos con una mujer), el cuarto tiene la letra de una canción, el quinto es una escueta despedida que dirigió a sus padres, del sexto al décimo se repite uno: el último.
28 de julio
Esta mañana, durante el desayuno, vi la parada militar por televisión, no podía dejar de pensar en aquel soldado desertor que me pidió ayuda en un volante.  Él se quería matar porque, después de violarlo, le hicieron probar el semen de todos sus compañeros.
Ya no me acerco a casa de Ale. Tampoco la llamo. Porque su papá es oficial del Ejército. Dicen que mata perros y, en verdad, le tengo miedo (sobre todo a su rostro que jamás quisiera incluir en mi bestiario íntimo). Evito ver los noticieros porque dicen que la gente sufre, suda, muere… y, si no muere, entonces mata o muerde… también dicen que los perros muerden (y yo sólo quiero acariciarlos).


Sobre el autor: Jordan Martín Jáuregui Meza. El día que deje de encontrar momentos de mi vida en las canciones de Andrés Calamaro, dejaré de escribir… y estaré a salvo de todos ustedes.

* Publicado en el portal LIMA GRIS (clic acá)





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