Allá por los años sesenta, Oswaldo Reynoso se reunió con Eleodoro Vargas Vicuña en un local bohemio de la época, y aburridos del clima
neblinoso de Lima, la horrible, decidieron viajar a Trujillo, no sin antes
dejar un letrero en la puerta del bar anunciando el viaje hacia la tierra de la
marinera. Cuando llegaron a Trujillo, era todavía muy temprano y tuvieron que
pasar unas horas en un hotel cerca a la Plaza de Armas.
Casi al
mediodía, ambos escritores salieron a dar una vuelta por las inmediaciones, y
se dieron con la sorpresa de encontrarse con parte de los narradores del
célebre Grupo Narración y algunos jóvenes trujillanos. Una hora después,
estaban en Huanchaco disfrutando de un sabroso ceviche y algunas botellas de
pisco. De regreso a Trujillo, en la parte trasera de una camioneta, iban
echados Oswaldo Reynoso y un joven trujillano. El joven le preguntó:
—Oswaldo, ¿usted cree en Dios?
—No sé, no te podría
responder.
—Mire el cielo y dígame: ¿usted cree en Dios?
Reynoso se
quedó contemplando el maravilloso cielo trujillano: limpio, sereno, de un
celeste intenso que brindaba una paz beatífica, y no supo qué responder.
Años
después, en un Congreso de Literatura al que fueron invitados Oswaldo Reynoso y
José Watanabe, el autor de El guardián del hielo le recordó a Reynoso que
el joven que le había preguntado aquella tarde trujillana sobre la existencia
de Dios era él.
Fuente: blog Amores bizarros.
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