2014/12/22

Decisiones

En la edición 231 del semanario Hildebrandt en sus trece.
En la última edición del año 2014 del semanario Hildebrandt en sus trece aparece mi historia Decisiones. Acá un fragmento:

Acá un fragmento:

[...] Voy a cumplir uno de mis sueños: viviré en Cuba, ese paraíso tropical tantas veces reclamado desde que leí “Celestino antes del alba”,  y me entregaré de lleno a esta pasión (no tan) secreta que cultivé gracias a Kurosawa, Ford Coppola, Scorsese, Bergman, Almodóvar. Sin embargo, antes de irme deseo verte –hablar al menos unos breves minutos contigo–  para zanjar por fin nuestra relación. O lo que queda de ella. ¿Acaso utilicé el verbo “zanjar”?


2014/12/10

La prosperidad inconclusa

Alguna vez, César Luis Menotti, al referirse a Andrés Iniesta, dijo que tenía «cara de oficinista». Ahora, al referirse a mí, Juan Carlos Valdivia Cano dice que bien puedo pasar por «cajero de la SUNAT». Claro que la comparación es mala —torpe— porque el talento futbolístico de Iniesta es inmenso. En cambio, el mío (si se le puede llamar literario) es muy escaso o nulo. No obstante, agradezco esta generosa lectura.


 ORLANDO MAZEYRA GUILLÉN:  LA PROSPERIDAD  INCONCLUSA
Por Juan Carlos Valdivia Cano
Nadie niega su tremebundo talento, más que su talante, literario. Si no lo conociera y me dijeran  que es  un cajero de  la SUNAT no me sorprendería.  Pero nadie encarna como él en su vida y en su pequeña gran obra, eso que los de la farándula culturosa de los setenta, en casa de Rolo, llamábamos y vivíamos como «la muerte del padre», en este caso a través del privilegio de la literatura, de la pasión literaria que todo lo transfigura,  todo lo transforma, todo lo recrea.  Poquísimas  obras han sido tan  atrevidas, tan crudas y sinceras en nuestras letras peruanas como La prosperidad reclusa. ¿Cuántos escribas han roto «el pacto infame de hablar a media voz» que denunció don Manuel?
En  la setentera Casa de Rolo eso se vinculaba a la capacidad para mirarse uno mismo hasta la crueldad, llámese autocrítica, autoconocimiento, autoanálisis,  o como se llame, sin asco ni piedad,  más allá de la negación y el nihilismo, por supuesto,  o según  advierte Vila-Matas citado por Orlando Mazeyra Guillén, más allá del «mal endémico de las letras contemporáneas, la pulsión negativa o la atracción por la nada que hace que ciertos creadores , aun teniendo una  conciencia literaria  muy exigente (o precisamente por eso) no lleguen a escribir nunca; o bien escriban uno o dos libros  y luego renuncien a la escritura;  o  bien, tras poner en marcha una obra, queden, un día, literalmente  paralizados».
 ¿No se supone que un buen cristiano busca la verdad hasta donde ésta lo lleve y caiga quien caiga?  Es la  fe, la fuerza del mito, aunque sólo se exprese como amor obseso por la literatura. Pero aquí, como en todas partes, no basta con romper las tablas,  aunque sea a través del enorme privilegio de la literatura, no basta con matar la ley. Es menester escuchar  de nuevo  a Zarathustra. «He matado la ley,  y si no voy más allá de ella seré el más réprobo de los réprobos».
El apellido  Mazeyra es para mí personalmente muy significativo porque está ligado a mi vida desde la adolescencia y no de manera casual o pasajera. Esto lo explico en el libro de homenaje al doctor Eusebio Quiroz Paz Soldán cuando confieso que, en cierta manera, fui iniciado a la vida ciudadana y a la participación cultural activa gracias a la institución que Orlando Mazeyra Ojeda fundó y dirigió con el nombre de Víctor Andrés Belaúnde y a la que tuve el honor de pertenecer  como socio voluntario  (aunque jamás vuelva a inscribirme en una institución que acepte a un tío como yo).  Y cómo gracias también  a ello  asistí a  la primera conferencia en mi poco santa vida, a cargo del joven historiador Eusebio Quiroz Paz Soldán, que se ocupaba de José Carlos Mariátegui, nada menos.  Ahora veo que lo que me inoculó fue su admiración.
Si la crítica y autocrítica han parido la civilización europea moderna, como recordaba Octavio Paz, eso es mucho más decisivo en el caso del  escritor. Por eso espero que  Orlando Mazeyra Guillén no pare, que no se detenga, que  no crea que ha encontrado, que siga buscando,  que siga «matando al padre», que no necesita de apoyos ni dependencias de ningún tipo  y tal vez sea muy conveniente literariamente independizarse también de esos padres, de esos modelos tradicionales por los que apuesta, porque todo lo demás lo tiene de sobra.
 Necesitamos nuevos mitos. Los mitos de nuestros padres son muy respetables, pero ya no generan nada de pasión entre las nuevas generaciones, sino indiferencia en la mayoría  y fanatismo en algunos casos. Y necesitamos, al revés,  más libertad, más dignidad, menos discriminación y más tolerancia, los mitos de San Martín y Bolívar, más que los de Abraham, el hijo de Yahvé. 
Sólo alguien  que tiene la fuerza y el carácter necesario puede  arrogarse el derecho a escribir con su sangre lo que le viene de la sangre como «mandato vital». Lo cual  no tiene que ver con la descripción de escenas para los lectores sexualmente reprimidos sino con la  práctica de un arte. El arte de Orlando Mazeyra Guillén:   
«La idea del sexo como única verdad  se había presentado ante mí desde que conocí a Camila, una muchacha de apenas catorce abriles. Todavía no recuerdo si leí Lolita antes o después de conocerla. Aunque, a la luz de los hechos acontecidos, eso era lo de menos. Lo que de veras importaba era el nuevo trayecto: los juicios, las insidias, las calumnias de gente que juzga, pero  no vive. Un trayecto repleto de ignorantes que ahora  me miran  perplejos sin saber que ella y yo siempre estuvimos por encima del resto.» (p. 100).

No son sólo las cosas sino, sobre todo, las palabras lo que importa. El cómo se dice es inseparable  de lo que se dice. Y Orlando Mazeyra Guillén sabe contar  muy bien lo que cuenta. 

2014/12/08

Presentación de la reedición de "La prosperidad reclusa" en la FIL Arequipa


Este lunes 8 de diciembre, a las seis de la tarde, se presentará la reedición del libro “La prosperidad reclusa” de Orlando Mazeyra Guillén.
Legisprudencia.pe es la editorial que reedita este libro que apareció a finales del año 2009 y en esta ocasión será presentado por Juan Carlos Valdivia Cano, Carlos Rivera y el editor Roger Vilca en el auditorio Oswaldo Reynoso de la FIL Arequipa.
Acerca de este libro, ha escrito Francisco Melgar Wong, en el diario El Comercio:
“Esquizofrénicos, obsesivos, perdedores y desadaptados de toda clase son los personajes que pueblan las prosas y relatos de La prosperidad reclusa, rotundo libro del joven escritor Orlando Mazeyra Guillén. Nacido en 1980, Mazeyra viene ganando premios desde hace varios años gracias a sus relatos enardecidos y precisos, muchos de ellos editados por revistas y publicaciones de universidades de distintos países latinoamericanos. En “La prosperidad reclusa” hallamos varios de ellos, quizá las mejores narraciones de este escritor, en que las neurosis cotidianas se convierten en el motor de una existencia que lucha por sobreponerse a un destino oscuro, siempre fracasando en el intento. Guiado por un lenguaje que refleja una necesidad urgente de expresión, Mazeyra asoma como una de las mayores promesas de la narrativa local”.
También, el novelista arequipeño Jorge Eduardo Benavides, Premio Torrente Ballester, ha dicho:
“Los relatos de Mazeyra nos ofrecen personajes descarnados, irremediable e inútilmente insumisos respecto a una realidad de la que no pueden escapar: verdaderos outsiders del siglo XXI. Con un estilo seco, de frases intensas y composiciones vibrantes, el fresco cotidiano que nos presentan los cuentos reunidos en La prosperidad reclusa, anuncian un nuevo autor a tener en cuenta en las letras peruanas.”


2014/11/28

Mario Bellatín en la FIL Arequipa

Con Mario Bellatín en la FIL Arequipa. Gracias a Julio Del Carpio por la fotografía.
Mientras Mario Bellatín me autografiaba Flores pensé que quizá sea cierto aquello que el narrador señala en una de las páginas del libro: «un individuo rapado es el único con capacidad de encontrar al Dios que hay dentro de uno mismo».
Ayer, por la noche, en el parque Libertad de Expresión (FIL Arequipa) por fin tuve la suerte de conocer a Mario Bellatín. En verdad, un escritor notable y, además, una persona muy generosa y amable. Me siento feliz (de veras satisfecho) de haber hecho leer esa bella novela corta que es Salón de Belleza a algunos jóvenes de la Universidad La Salle.
Hace mucho tiempo le envié a Bellatín un relato y su respuesta fue precisa (exactamente lo que necesitaba leer o aprender de él  en ese momento):

 "Sigue trabajando–me dijo–, la escritura es algo que se les da a algunos y es una actividad frente a la que uno muchas veces no puede decidir y debe seguirla hasta donde nos quiera llevar".
 A continuación reproduzco una entrevista que le hice el año pasado y que publiqué en Punto de Partida (UNAM, México) y en Lee por gusto (Lima).

El peruano-mexicano Mario Bellatin (México, 1960) es uno de los escritores latinoamericanos más singulares y fecundos («raro», le llaman muchos). En esta nueva entrevista que presentamos confiesa que jamás sacrificaría lo que él considera un buen libro por razones de orden personal. Además cuenta que se prepara para empezar a dirigir el largometraje basado en su celebrada novela Salón de belleza

I
Cuando leí Flores, me llamó mucho la atención el epígrafe del inicio (un supuesto fragmento del diario del Premio Nobel de Física de 1960), pues, en vida, mi abuelo paterno fue un defensor acérrimo de la homeopatía y, cómo no, de los famosos globulitos que él tomaba reemplazando la medicina tradicional (nunca se curaba las ampollas porque entendía que eran fugas naturales de las toxinas del cuerpo…). Mi abuelo tuvo una vida muy larga y saludable. Yo, en cambio, alguna vez me burlé de los homeópatas y los llamé, en su propia cara, vendedores de sebo de culebra.

-No te preocupes -me dijo el médico naturista de aquella vez que, por supuesto, tenía una Biblia abierta reposando en un lugar privilegiado de su consultorio-. Es más: me haces recordar a mí cuando era joven: era un incrédulo y un rebelde…

Hoy por hoy, asisto a donde un homeópata para curar una adicción (y mi insomnio crónico). La primera vez que fui donde el doctor C., tenía un dolor en la rodilla izquierda que, sin embargo, me permitía caminar con normalidad. Él me pasó corriente por los dedos de las manos con unos cables y, sin que yo pronunciara una sola palabra sobre lo que me aquejaba, me dijo: “Esa rodilla izquierda está mal, te diste un golpe muy fuerte”. No acababa de salir de mi sorpresa cuando me clavó la mirada para escudriñarme y, luego de anotar algo, me dijo: ¿El genio de tu padre es muy fuerte, grita mucho? Asentí con la cabeza. “Te fascinan las películas de terror aún a sabiendas de que te turbarán y no te dejarán dormir, esa es una de las razones del insomnio que sufres, ¿no es cierto?”, acertó otra vez sin que yo haya tenido la necesidad de abrir la boca:

-Es una especie de masoquismo, doctor  -le confesé.
-Lo sé -añadió el médico.

Por eso, Mario, mi primera pregunta para ti sería: ¿crees en la homeopatía? ¿Has recibido tratamiento homeopático?
Yo creo que la homeopatía es para las personas sanas. Pero no creo que interese mucho mi opinión, ni en ese ni en otro tema que se trate en alguno de mis libros. Las cosas que se van narrando son pretextos para ejercer la escritura, y como no quiero que se convierta en una actividad vacía -con la que estaría muy feliz, pero llegaría el momento en que se comería a sí misma si no pudiera ser compartida con el otro- aparecen temas que son, en realidad, una suerte de pretexto. Pero esa escena en particular que mencionas ocurrió cuando era niño. En la trastienda de una farmacia en la avenida Grau (en el distrito de Barranco, en Lima), había un señor muy anciano que curaba con yerbas, y es cierto que le tomó el pulso a mi brazo artificial y no se dio cuenta del material del que estaba fabricado, y como un poseso dictaba nombres de plantas que un ayudante iba anotando en un papel. No sé si creo en la homeopatía, pero sí en la parafernalia que suele acompañarla. Ahora me quedo con la duda de cuál puede ser la adicción de la que te tratas.

Flores, como tu obra en general, resulta inclasificable: parecen relatos sueltos aunque unidos por el cordón umbilical del título, sin embargo podría ser una novela disfrazada de reflexiones breves (¿mini-ensayos?). ¿Tu intención es desmarcarte de las etiquetas o quizá tentar un nuevo género literario? ¿Cómo llamarías a ese género made in Bellatin y cuáles son sus principales características?
Nunca tengo antes de escribir una intención determinada, salvo la de escribir. Trato entonces de nombrar nuevamente el mundo que me rodea o que imagino, y lo intento de una manera que sienta que sea mía y no de otro. Ese deseo hace que la escritura se retuerza de tal modo que aparece como que hubiera alguna intención de cuestionar el género,  cuando en realidad lo único que he buscado es ser honesto conmigo mismo. Con mi tiempo y con mi espacio propios.

 Oswaldo Reynoso me contó en su casa, cuando le pasé unos borradores de mis primeros relatos que, hace muchos años, tú también compareciste ante él con el borrador de tu notable Salón de belleza. Él me dijo que te ayudó a corregirla y que te aseguró que sería un éxito. ¿En verdad ocurrió esto? De ser así, ¿cómo te animaste a ir donde Reynoso si, a primera vista, pareciera que sus creaciones son tan disímiles que, a parte del innegable talento de ambos, cuesta encontrar algo en común? ¿O estoy equivocado?
No sé si seguirá ocurriendo lo mismo, pero cuando vivía en el Perú advertía la costumbre en el medio literario de pensar que si el otro no escribía o entendía la literatura como lo hacía esa persona quedaba descartado de inmediato. No sólo descartado sino acusado o víctima de una serie de improperios. Claro, me refiero a los mediocres que abundan en todas partes. Supe que Oswaldo Reynoso, desde que lo conocí, no pertenecía a esa clase de autor. Es fácil advertir en él a un artista que está más allá de las circunstancias. Tan seguro de su escritura que no necesita el aval de los demás para seguir. Yo ya era su amigo antes de escribir ese libro, y recuerdo que lo encontré en una presentación y me quejé de que debía revisar las pruebas de Salón de belleza. En ese momento me dijo las sabias y dadivosas palabras: “un autor jamás debe revisar sus propias galeras”. Se las entregué, auguró el éxito, e hicimos una apuesta, que trato de cumplirla cada vez que nos vemos.

¿Por qué decidiste estudiar en el Seminario de Santo Toribio de Mogrovejo? ¿Había en ese tiempo una búsqueda de Di
os? ¿Crees en algún Dios?
Ese es un error del que nunca lograré librarme. El que algunos crean que estudié en un seminario. Lo que sucedió es que una vez alguien llamó a casa de mis padres para recabar datos sobre cierta enciclopedia de escritores que se estaba formando. Contestó mi padre, quien de manera entusiasta contestó el cuestionario a mi nombre sin tener mucha idea de lo que era mi vida en realidad. Yo hice los Estudios Generales en Humanidades en la Facultad de Teología de Lima para después trasladarme a una carrera que me interesara. Estudié allí filosofía y psicología, para después pasar a cine. Lo curioso es que –a diferencia de muchos de mis compañeros– yo iba a la universidad sólo como un testigo privilegiado, con la única intención de estar dentro de un ambiente universitario y tener de ese modo material para mi escritura, pues desde los diez años no he hecho más que escribir. Mi carrera de cine fue bastantesui generis, porque a lo único que me dediqué mientras duró fue a ver cine desde la mañana a la noche. Hay que recordar que en esa época no había la oferta de películas caseras de hoy, y uno sabía del trabajo de los grandes directores sólo por referencia. Cuando llegué a la escuela de cine casi me desmayo ante los cientos de DVD con la historia completa del cine a mi disposición.

II
“PARA MUCHOS, ESPECIALMENTE EN UNA SOCIEDAD COMO LA LIMEÑA, DA EXACTAMENTE LO MISMO DESEAR SER ESCRITOR QUE SER UN DROGADICTO CONSUMADO”.

  ¿Qué es lo primero que recuerdas (la primera imagen que se te viene a la mente) de ese taller de creación literaria al que acudían escritores, poetas y periodistas como Iván Thays, Beto Ortiz, Rocío Silva, Alberto Servat?*
¡Cómo íbamos ganando por walkover! Era terrible ir viendo cómo a cada uno de nuestros compañeros la vida los iba ganando y abandonaban la escritura. Al final, no quedamos precisamente los mejores sino los tozudos.
  
Siguiendo con lo de los talleres de escritura creativa. ¿Crees que sirven de algo? 
Sirven de muchísimo, pero no para lo que los demás creen. Ni para aprender a escribir ni para lucir los trabajos a los demás. Sirve para acompañarse. Para hacer de la literatura un universo propio, habitable. No hay nada más terrible que el tiempo de un joven autor que no puede parar de escribir y no ha publicado. Es en ese periodo una suerte de paria, de yonki, de desecho social. Para muchos, especialmente en una sociedad como la limeña, da exactamente lo mismo desear ser escritor que ser un drogadicto consumado.

Tu estadía en Cuba revela un amor por el cine. ¿Te ves, más adelante, dándole prioridad a la dirección de largometrajes como Alberto Fuguet o acaso sientes que no es lo tuyo? 
En la escuela de escritores aprendí -aparte de ver cine- a odiar la forma que se tenía en ese entonces de hacer cine. Forma que supongo dio como resultado la cantidad de películas mediocres que produjo la gente de mi generación. Juré no hacer nunca cine, pero ahora casi sin darme cuenta acabo de dirigir un largo, Bola Negra -el musical de Ciudad Juárez-, que fue un éxito no comercial. Esta próxima semana me preparo para comenzar a dirigir Salón de belleza, pero lo que pretendo no es hacer necesariamente una película personal, sino una forma propia de hacer las cosas en cine. Para empezar, todo el equipo de producción, la cámara, el sonido, la edición, luces, está conformado por chicos menores de dieciséis años.

Hablando de Salón de belleza, traigo a colación el epígrafe inicial de esa magnífica novela: “Cualquier clase de inhumanidad se convierte, con el tiempo, en humana” Yasunari Kawabata ). El escritor tal vez, durante el proceso creativo es un ser inhumano. ¿No es preciso despojarse de toda “humanidad”  para crear a ciertos personajes?
Por una frase bien lograda soy capaz de traicionar hasta a mi perro. Jamás sacrificaría lo que considero un buen libro por razones de orden personal. Es que se trata de dos universos incomunicables. Si alguien se ve reflejado en el universo de la ficción es porque tiene un ego no domado o es un débil mental.

¿Alguna vez has criado peces? ¿Guppys Reales quizás?
Sólo una vez. Y ahora que lo veo con el tiempo comprendo que es una afición que va acompañada con la tristeza. El  pretexto para hacerlo fue una pecera que recogí de la casa de mi amiga la escritora Pilar Dughi, una gran autora y persona que murió antes de tiempo.

Precisamente el final de Salón de belleza es muy triste. A mí, mi padre nunca me dejó criar peces porque me decía (y esto se aplicaría al desenlace de tu novela) que traían muchísima mala suerte. ¿Crees en ese tipo de cosas o te parecen absurdas?
Ya sólo de planteárselas hay que creerlo. Cuando era niño mi madre arrojaba al water,  mientras yo dormía, cualquier pez que se me ocurriera llevar a casa. Eso de la mala suerte tendría que ser cierto, al menos para los peces que encontraba por allí. 

En el párrafo final de la novela el personaje principal dice “siento que es extraña en mí la forma como cada día mis pensamientos fluyen más de prisa. Creo que antes nunca me detenía tanto a pensar. Más bien actuaba”. ¿Una enfermedad terminal nos obliga a pensar antes de actuar? ¿O, al fin y al cabo, se trata de la madurez? 
Pues, como todo lo escrito por mí, se trata de un lugar común. Creo que mis libros devuelven a las personas lo que ellos ya saben. No creo que nadie descubra nada nuevo después de leer un libro hecho por mí. 

 III

«NO PUEDO CREER EN DIOS PORQUE ME PARECE QUE NO ESTAMOS DOTADOS NI PARA IMAGINARLO, PERO SÍ CREO EN LOS MILAGROS COTIDIANOS.»
  
“Según Poeta Ciego se debían crear peluquerías especiales que dieran respuesta a preguntas de otro orden. Preguntas tales como si el corte obedecía a alguna razón ideológica o si se trataba de un requisito para entrar en una secta de perfil místico. Según teorías rudimentarias la cabeza rapada es como un televisor sin antena. Por eso un individuo rapado es el único con capacidad de encontrar al Dios que hay dentro de uno mismo”, dice un párrafo de tu novela Poeta ciego. Tú eres (en apariencia) un televisor sin antena. ¿La escritura te ha ayudado a encontrar al Dios que hay dentro de ti mismo? ¿Cómo describirías a este Dios?
Yo soy sufí, orden a la que ingresé sin ninguna pretensión espiritual sino como si a una escuela de escritores acudiera. Me llamó la atención lo estricto del sistema que impera para demostrar, por ejemplo, que todo forma parte de lo mismo. No puedo creer en Dios porque me parece que no estamos dotados ni para imaginarlo, pero sí creo en los milagros cotidianos. Que estemos ahora entablando esta comunicación entre tú y yo es una prueba de ello.
  
Diana Palaversich, en el prólogo de laObra reunida, publicada por Alfaguara, señala: “En el panorama actual de la literatura latinoamericana, dominado en general por la escritura de corte realista, sea autobiográfico, histórico, sucio, o hiperrealista, la obra de Mario Bellatin surge como un proyecto original y arriesgado cuyo objetivo es crear un universo paralelo que desafía no sólo la lógica del mundo concreto sino también los preceptos de la literatura realista protagonizada por personajes verosímiles y caracterizada por textos que despliegan una trama transparente, fácil de seguir”. ¿Cómo decir que no hay autobiografía cifrada (strip-tease invertido, diría Mario Vargas Llosa) en un texto como Rosas de tu libro Flores
Me rehúso a contestar una pregunta que contiene una metáfora tan desagradable y machista como ésa del strip-tease invertido. Ni que estuviéramos en el Negro-Negro o en el Mocambo.  

 ¿Eres de los que motivan a los escritores en ciernes o, más bien, perteneces a los que disuaden? 
¡Sabe dios!, no creo que exista esa distinción, pero de haberla me gustaría pertenecer al bando de los que los que disuadan. Escribir es un estado, no proviene de una intención. Es imposible hacer algo, salvo acompañarlo y no tratarlo como un estropajo, con un escritor.  

¿Cuál fue la última película que te hizo llorar?
Bola Negra -el musical de Ciudad Juárez-. Es la única película de la que puedo ver no sólo su piel sino también sus intestinos.

¿Te gusta participar de congresos de escritores?
No. Los detesto, sobre todo aquellos donde se establece de inmediato una suerte de jerarquía entre los invitados. Sin embargo, asisto a ellos con regularidad, porque con tal de seguir escribiendo soy capaz de hacer casi cualquier cosa, como publicar, asistir a congresos y contestar preguntas. 

 ¿A qué escritor muerto te hubiese gustado conocer? ¿Y qué le preguntarías?
A Dostoievski. Le preguntaría cuánto tiempo le llevaba revisar, por ejemplo, las comas de Los Hermanos Karamázov o de El príncipe idiota

 Philip Roth ha decidido dejar de escribir ficciones. ¿Te ves tomando esa decisión en algún momento de tu vida o eres de los que piensan que escribirán ficciones hasta su último día de vida?
Yo no he tomado nunca la decisión de escribir, como consecuencia no estoy en la capacidad de decidir no hacerlo. 

 ¿Qué libro te recomendarías a lea a Alberto Fujimori?
Ninguno. Es posible que un libro le demuestre de una manera más clara el horror en el que está metido.

 ¿Qué libro le recomendarías a Mario Vargas Llosa?
Como gran lector que es, me gustaría que él me recomendara qué leer. Siempre y cuando sea un libro de literatura.

 Hablando de Vargas Llosa. En algunas declaraciones tuyas uno llega a notar que no te cae bien (o no compartes muchas de sus opiniones). ¿Qué te parece su obra?
Pues es difícil compartir las opin
iones con otro. ¿Su obra? Creo que pienso lo de muchos: algunos libros excepcionales, otros pésimos; y su parte política, aburridísima, no por su contenido, que sería lo de menos, sino por la forma tan poco creativa que tiene de repetir sin modificarlas un ápice ideas de manual.

¿Qué segunda parte de memorias te gustaría leer, en el supuesto de que fuera posible, pues al parecer Gabriel García Márquez sufre de Alzheimer: las de GGM o Vargas Llosa?
Nadie sabe lo que sucede con García Márquez y tampoco debía importar. No leería ni primeras ni segundas partes de ninguno de los dos, porque están muy cercanos en el tiempo –vivos, para no ir más lejos– y lo que puedan contar entraría dentro de una lógica de lo que ya sé o puedo intuir. 

 ¿Te interesan las memorias como género literario? ¿Por qué?
Eso  de los géneros literarios lo veo como una convención en creciente desuso, y cuando leo algo lo hago por excepción, es decir porque se trata de un libro que, por alguna razón -que va variando según sea el caso-,  una vez que lo empiezo no lo puedo soltar. 

 ¿Si pudieras reencarnar en alguno de tus personajes a cuál elegirías y por qué?
En todos, porque creo que ellos sí viven la verdadera realidad y no la aburrida de la cotidiana. 

 ¿Con qué selección te hubiese gustado disputar un ‘mundial’ de narradores? ¿México o el Perú? ¿Y qué mundial?
Odio el fútbol. No me es indiferente. ¡Lo detesto! Porque no le encuentro el sentido, y por las interminables horas perdidas en mi infancia buscándoselo o tratando de que me interesara porque era un medio, lo sabemos, de inclusión social. Ah, pero jugaría por la selección mexicana, sin lugar a dudas, aquí nací y aquí vivo.   




«Un individuo rapado es el único con capacidad de encontrar al Dios que hay dentro de uno mismo» (Mario Bellatín, Flores)
Esta foto es de Jasson Ticona.

2014/11/27

Oswaldo Reynoso en la Feria del Libro de Arequipa

El escritor Oswaldo Reynoso (Arequipa, 1931) es uno de los más destacados invitados de la sexta edición de la FIL Arequipa.
El día sábado 29 de noviembre, a las 5 de la tarde, Reynoso formará parte del conversatorio sobre su obra en la Sala de Usos Múltiples de la FIL: “Pasiones Infidentes”, en el que dialogará con narradores locales y, sobre todo, con el público asistente.
Asimismo, el domingo 30 de noviembre, a las 7 de la noche, presentará su último libro Arequipa, lámpara incandescente (Aletheya Editores) en el Auditorio José Ruiz Rosas.

Sábado 29 a las 5 p.m. Conversatorio "Pasiones infidentes" (Sala de usos múltiples)
Domingo 30 a las 7 p.m. Presentación Arequipa, lámpara incandescente (Auditorio José Ruiz Rosas)
Lugar: Feria del Libro de Arequipa (Parque Libertad de Expresión, Umacollo)


2014/11/24

Cuéntame una historia


“I love you. I don't think two people could have been happier than we have been.” 
Michael Cunningham (citando a Virginia Woolf) en The Hours.

2014/11/18

Ahora les toca a ustedes. ¡Salten!

Ray Bradbury (1920-2012)


Y ahora: últimamente he dado con un nuevo símil para describirme. Puede ser de ustedes.
Todas las mañanas salto de la cama y piso una mina. La mina soy yo. Después de la explosión, me paso el resto del día juntando los pedazos.
Ahora les toca a ustedes. ¡Salten!

Ray Bradbury, Zen en el arte de escribir 

2014/10/30

Mesa redonda: "Breaking bad"

Este viernes 31 de octubre estaré participando de este evento sobre la fabulosa serie norteamericana de Vince Gilligan. Acá todos los datos.

MESA REDONDA: “Breaking Bad: Cuando eres lo que no eres”
Organiza: Asociación Cultural La casa de cartón
Auspicia: Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa
Lugar: Biblioteca MVLL (San Francisco 308).
Hora: 7 p.m.
INGRESO LIBRE

2014/10/27

Feriado de octubre

En la edición Nro. 223 de Hildebrandt en sus trece
Acá un fragmento:

Mientras mamá continúa con los reproches de siempre, cierro los ojos y vuelvo al parque Paul Harris: mi hermano y su amigo Andrés Aranda juegan en los columpios. Establecen una competencia: quién puede despegar de su asiento de madera y llegar más lejos (una peligrosa versión del salto largo). Andrés vuela por un instante y alcanza más de tres metros de distancia. Mi hermano trata de superarlo pero su caída es desastrosa, da un grito de dolor que nos hace detener el partido de fulbito.



2014/10/22

Sólo te pido que vuelvas de verdad



Por qué será que todos guardan algo
cosas tan duras
que nadie puede decir
y van todos caminando
como en una procesión
de gente muda que no tiene corazón.

Por qué será que me gusta la noche, mujer
porque todo el que queda
es un padre para mí
que se anima a decir todo
y que te enseña a vivir
lo que millones no se animan a decir.

Y se te va pasando el tiempo, mujer
y que la vida se te va
sólo te pido que vuelvas de verdad
y que el silencio
se convierta en carnaval.

Por qué será que te muerdes la lengua
es el miedo que se para frente a vos
si te ahorca la memoria
no te dejes arrastrar
vamos afuera que mis amigos se van.

Por qué será que te quedas adentro, mujer
no quedes que acá afuera
es carnaval
carnaval toda la vida
y una noche junto a vos
si no hay galope se nos para el corazón.

Y se te va pasando el tiempo
y que la vida se te va
sólo te pido que vuelvas de verdad
y que el silencio
se convierta en carnaval.

Por qué será que me gusta la noche
porque todo el que queda
es un padre para mí
que se anima a decir todo
y que te enseña a vivir
lo que millones no se animan a decir
por qué será que te quedas adentro
no quedes que acá afuera
es carnaval
carnaval toda la vida
y una noche junto a vos
si no hay galope se nos para el corazón.

Vicentico, Carnaval toda la vida

2014/10/08

Acá tienes tu respuesta

En Hildebrandt en sus trece - Edición 220
Acá un fragmento:
El problema no es la gente —Paula y sus deseos de tirar un rato—, tampoco el tiempo —todos los libros que me falta leer—. El conflicto verdadero es con las palabras. Ya están gastadas, hay que buscar otras, construir nuevos puentes con frases que sean las cimas que se aproximen a tus simas. Por dar sólo un ejemplo: siempre me han seducido las palabras que suenan igual pero se escriben distinto y, claro, no significan lo mismo: prefiero ser un escritor incipiente, que un ser humano insipiente. Una verdad: soy más lo segundo que lo primero. Lástima.



2014/10/02

Presentación de "Enseñar y Aprender a Escribir": viernes 03 de octubre, a las 6 p.m.

Segunda publicación del Fondo Editorial de la Universidad La Salle de Arequipa.
PRESENTACIÓN "ENSEÑAR Y APRENDER A ESCRIBIR" 
DEL FONDO EDITORIAL DE LA UNIVERSIDAD LA SALLE
DÍA: VIERNES 3 DE OCTUBRE
HORA: 18:00 (6 P.M.)
LUGAR: BIBLIOTECA REGIONAL MARIO VARGAS LLOSA
(Calle San Francisco 308)

Enseñar y Aprender a Escribir: perspectivas autobiográficas con alcance formativo es una publicación del Fondo Editorial de la Universidad La Salle (Arequipa). Esta obra reúne las contribuciones de escritores de las más variadas disciplinas (y generaciones) en torno a una misma consigna: preparar en primera persona un acerca de cómo, cuándo, dónde y con quién se aprendió el oficio de escritor.
            Aparecen, entre otros, Oswaldo Reynoso, Jorge Bedregal, Iván Montes, José Luis Vargas, Jorge Monteza, Orlando Mazeyra Guillén, y Eusebio Quiroz Paz Soldán.
Enseñar y aprender a escribir intenta ser una guía para maestros de todos los niveles y para todas las personas interesadas en escribir. Un aporte desde la experiencia de un grupo de escritores de las más variadas disciplinas y que gentilmente acogieron la propuesta de mostrarse en primera persona acerca de cómo, cuándo y dónde aprendieron el oficio de la escritura. Por tanto, este libro, que no es un manual de escritura propiamente dicho, pero sí llevará al lector a una comprensión realista de lo que implica enseñar y aprender a escribir.


2014/09/29

Duermevela

En el semanario Hildebrandt en sus trece - Edición 219
Acá un fragmento:


(...)
—No sé si llamarlo miedo, lo que pasa es que escribir para mí es como lanzar piedras al centro de un estanque y ver esas ondas que van creciendo de dentro hacia fuera mientras las piedras se ahogan, desaparecen en el fondo... Pero lanzando piedras no voy a poder representar ese remolino, esa confusión absoluta, cataclísmica, que hay dentro mi corazón. ¿Cuando escribes no te da miedo ir pariendo un monstruo?
—Si ese monstruo soy yo entonces ¿qué puedo hacer? Reconocerme, eso es lo que queda.
Quisiera decirle también que, según Don DeLillo, un libro que está en proceso de escritura es como un niño horriblemente deforme que, reptando, persigue al escritor a todas partes, pero esta mención podría asustarla. No lo sé. A mí me entusiasma porque soy demasiado masoquista y para mí lo horrible siempre ha sido lo más estimulante.
—No te subestimes nunca, Daniela. Y no tengas miedo de sacar a pasear tu locura…

2014/09/26

Esto es agua, esto es agua...


Dos peces jóvenes nadan en paralelo y se encuentran a un pez mayor que nada hacia ellos y los saluda: «Buenos días, muchachos, ¿qué tal está el agua?». Los dos peces siguen nadando hasta que uno le pregunta al otro: «¿Qué diablos es el agua?».

[…] Piensen en ese viejo tópico: «La mente es un estupendo sirviente pero un maestro horrible». Banal y poco atractivo en apariencia, este tópico encierra una verdad enorme y terrible. No es casualidad que casi todas las personas que se suicidan con armas de fuego se disparen en... la cabeza. Le disparan a ese «maestro terrible». Y estos suicidas llevan muertos desde mucho antes de dispararse.

Me van a tener que disculpar


Por Eduardo Sacheri

Me van a tener que disculpar. Yo sé que un hombre que pretende ser una persona de bien debe comportarse según ciertas normas, aceptar ciertos preceptos, adecuar su modo de ser a determinadas estipulaciones convenidas por todos. Seamos más explícitos. Si uno quiere ser un tipo coherente debe medir su conducta, y la de sus semejantes, con la misma e idéntica vara. No puede hacer excepciones, pues de lo contrario bastardea su juicio ético, su conciencia crítica, su criterio legítimo. 
Uno no puede andar por la vida reprobando a sus rivales y disculpando a sus amigos por el sólo hecho de serlo. Tampoco soy tan ingenuo como para suponer que uno es capaz de sustraerse a sus afectos y a sus pasiones, que uno tiene la idoneidad como para sacrificarlos en el altar de una imparcialidad impoluta. Digamos que uno va por ahí intentando no apartarse demasiado del camino debido, tratando de que los amores y los odios no le trastoquen irremediablemente la lógica. 
Pero me van a tener que disculpar, señores. Hay un tipo con el que no puedo. Y ojo que lo intento. Me digo: no puede haber excepciones, no debe haberlas. Y la disculpa que requiero de ustedes es todavía mayor, porque el tipo del que hablo no es un benefactor de la humanidad, ni un santo varón, ni un valiente guerrero que ha consolidado la integridad de mi patria. No, nada de eso. El tipo tiene una actividad mucho menos importante, mucho menos trascendente, mucho más profana. Les voy adelantando que el tipo es un deportista. Imagínense, señores. Llevo escritas doscientas sesenta y tres palabras hablando del criterio ético y sus limitaciones, y todo por un simple caballero que se gana la vida pateando una pelota. Ustedes podrán decirme que eso vuelve mi actitud todavía más reprobable. Tal vez tengan razón. Tal vez por eso he iniciado estas líneas disculpándome. 
No obstante, y aunque tengo perfectamente claras esas cosas, no puedo cambiar mi actitud. Sigo siendo incapaz de juzgarlo con la misma vara con la que juzgo al resto de los seres humanos. Y ojo que no sólo no es un pobre muchacho saturado de virtudes. Tiene muchos defectos. Tiene tal vez tantos defectos como quien escribe estas líneas, o como el que más. Para el caso es lo mismo. Pese a todo, señores, sigo sintiéndome incapaz de juzgarlo. Mi juicio crítico se detiene ante él, y lo dispensa. 
No es un capricho, cuidado. No es un simple antojo. Es algo un poco más profundo, si me permiten calificarlo de ese modo. Seré más explícito. Yo lo disculpo porque siento que le debo algo. Le debo algo y sé que no tengo forma de pagárselo. O tal vez ésta sea la peculiar moneda que he encontrado para pagarle. Digamos que mi deuda halla sosiego en este hábito de evitar siempre cualquier eventual reproche. 
Él no lo sabe, cuidado. Así que mi pago es absolutamente anónimo. Como anónima es la deuda que con él conservo. Digamos que él no sabe que le debo, e ignora los ingentes esfuerzos que yo hago una vez y otra por pagarle. 
Por suerte o por desgracia, la oportunidad de ejercitar este hábito se me presenta a menudo. Es que hablar de él, entre argentinos, es casi uno de nuestros deportes nacionales. Para ensalzarlo hasta la estratósfera, o para condenarlo a la parrilla perpetua de los infiernos, los argentinos gustamos, al parecer, de convocar su nombre y su memoria. Ahí es cuando yo trato de ponerme serio y distante, pero no lo logro. El tamaño de mi deuda se me impone. Y cuando me invitan a hablar prefiero esquivar el bulto, cambiar de tema, ceder mi turno en el ágora del café a la tardecita. No se trata tampoco de que yo me ubique en el bando de sus perpetuos halagadores. Nada de eso. Evito tanto los elogios superlativos y rimbombantes como los dardos envenenados y traicioneros. Además, con el tiempo he visto a más de uno cambiar del bando de los inquisidores al de los plañideros aplaudidores, y viceversa, sin que se les mueva un pelo. Y ambos bandos me parecen absolutamente detestables, por cierto. 
Por eso yo me quedo callado, o cambio de tema. Y cuando a veces alguno de los muchachos no me lo permite, porque me acorrala con una pregunta directa, que cruza el aire llevando específicamente mi nombre, tomo aire, hago como que pienso, y digo alguna sandez al estilo de «y, no sé, habría que pensarlo»; o tal vez arriesgo un «vaya uno a saber, son tantas cosas para tener en cuenta». Es que tengo demasiado pudor como para explayarme del modo en que aquí lo hago. Y soy incapaz de condenar a mis amigos al tórrido suplicio de escuchar mis argumentos y mis justificaciones. 
Por empezar les tendría que decir que la culpa de todo la tiene el tiempo. Sí, como lo escuchan, el tiempo. El tiempo que se empeña en transcurrir, cuando a veces debería permanecer detenido. El tiempo que nos hace la guachada de romper los momentos perfectos, inmaculados, inolvidables, completos. Porque si el tiempo se quedase ahí, inmortalizando a los seres y a las cosas en su punto justo, nos libraría de los desencantos, de las corrupciones, de las infinitas traiciones tan propias de nosotros los mortales. 
Y en realidad es por ese carácter tan defectuoso del tiempo que yo me comporto como lo hago. Como un modo de subsanar, en mis modestos alcances, esas barbaridades injustas que el tiempo nos hace. En cada ocasión en la cual mencionan su nombre, en cada oportunidad en la cual me invitan al festín de adorarlo y denostarlo, yo me sustraigo a este presente absolutamente profano, y con la memoria que el ser humano conserva para los hechos esenciales me remonto a ese día, al día inolvidable en que me vi obligado a sellar este pacto que, hasta hoy, he mantenido en secreto. Un pacto que puede conducirme (lo sé), a que alguien me acuse de patriotero. Y aunque yo sea de aquellos a quienes desagrada la mezcla de la nación con el deporte, en este caso acepto todos los riesgos y las potenciales sanciones. 
Digamos que mi memoria es el salvoconducto para volver el tiempo al lugar cristalino del cual no debió moverse, porque era el exacto sitio en que merecía detenerse para siempre, por lo menos para el fútbol, para él y para mí. Porque la vida es así, a veces se combina para alumbrar momentos como ése. Instantes después de los cuales nada vuelve a ser como era. Porque no puede. Porque todo ha cambiado demasiado. Porque por la piel y por los ojos nos ha entrado algo de lo cual nunca vamos a lograr desprendernos. 
Esa mañana habrá sido como todas. El mediodía también. Y la tarde arranca, en apariencia, como tantas otras. Una pelota y veintidós tipos. Y otros millones de tipos comiéndose los codos delante de la tele, en los puntos más distantes del planeta. Pero ojo, que esa tarde es distinta. No es un partido. Mejor dicho: no es sólo un partido. Hay algo más. Hay mucha rabia, y mucho dolor, y mucha frustración acumuladas en todos esos tipos que miran la tele. Son emociones que no nacieron por el fútbol. Nacieron en otro lado. En un sitio mucho más terrible, mucho más hostil, mucho más irrevocable. Pero a nosotros, a los de acá, no nos cabe otra que contestar en una cancha, porque no tenemos otro sitio, porque somos pocos, porque estamos solos, porque somos pobres. Pero ahí está la cancha, el fútbol, y son ellos o nosotros. Y si somos nosotros el dolor no va a desaparecer, ni la humillación ha de terminarse. Pero si son ellos. Ay, si son ellos. Si son ellos la humillación va a ser todavía más grande, más dolorosa, más intolerable. Vamos a tener que quedarnos mirándonos las caras, diciéndonos en silencio «te das cuenta, ni siquiera aquí, ni siquiera esto se nos dio a nosotros». 
Así que están ahí los tipos. Los once nuestros y los once de ellos. Es fútbol, pero es mucho más que fútbol. Porque cuatro años es muy poco tiempo como para que te amaine el dolor y se te apacigüe la rabia. Por eso no es sólo fútbol. 
Y con semejantes antecedentes de tarde borrascosa, con semejante prólogo de tragedia, va este tipo y se cuelga para siempre del cielo de los nuestros. Porque se planta enfrente de los contrarios y los humilla. Porque los roba. Porque delante de sus ojos los afana. Y aunque sea les devuelve ese afano por el otro, por el más grande, por el infinitamente más enorme y ultrajante. Porque aunque nada cambie allá están ellos, en sus casas y en sus calles, en sus pubs, queriéndose comer las pantallas de pura rabia, de pura impotencia de que el tipo salga corriendo mirando de reojito al árbitro que se compra el paquete y marca el medio. 
Hasta ahí, eso solo ya es historia. Ya parece suficiente. Porque le robaste algo al que te afanó primero. Y aunque lo que él te robó te duele más, vos te regodeás porque sabés que esto, igual, le duele. Pero hay más. Aunque uno desde acá diga bueno, es suficiente, me doy por hecho, hay más. Porque el tipo además de piola es un artista. Es mucho más que los otros. 
Arranca desde el medio, desde su campo, para que no queden dudas de que lo que está por hacer no lo ha hecho nadie. Y aunque va de azul, va con la bandera. La lleva en una mano, aunque nadie la vea. Empieza a desparramarlos para siempre. Y los va liquidando uno por uno, moviéndose al calor de una música que ellos, pobres giles, no entienden. No sienten la música, pero sí sienten un vago escozor, algo que les dice que se les viene la noche. Y el tipo sigue adelante. 
Para que empiecen a no poder creerlo. Para que no se lo olviden nunca. Para que allá lejos los tipos dejen la cerveza y cualquier otra cosa que tengan en la mano. Para que se queden con la boca abierta y la expresión de tontos, pensando que no, que no va a suceder, que alguno lo va a parar, que ese morochito vestido de azul y de argentino no va a entrar al área con la bola mansita a su merced, que alguien va a hacer algo antes de que le amague al arquero y lo sortee por afuera, de que algo va a pasar para poner en orden la historia y que las cosas sean como Dios y la reina mandan, porque en el fútbol tiene que ser como en la vida, donde los que llevan las de ganar ganan, y los que llevan las de perder pierden. Se miran entre ellos y le piden al de al lado que los despierte de la pesadilla. Pero no hay caso, porque ni siquiera cuando el tipo les regala una fracción de segundo más, cuando el tipo aminora el vértigo para quedar de nuevo bien parado de zurdo, ni siquiera entonces van a evitar entrar en la historia como los humillados, los once ingleses despatarrados e incrédulos, los millones de ingleses mirando la tele sin querer creer lo que saben que es verdad para siempre, porque ahí va la bola a morirse en la red para toda la eternidad, y el tipo va a abrazarse con todos y a levantar los ojos al cielo. Y no sé si él lo sabe, pero hace tan bien en mirar al cielo. 
Porque el afano estaba bien, pero era poco. Porque el afano de ellos era demasiado grande. Así que faltaba humillarlos por las buenas. Inmortalizarlos para cada ocasión en que ese gol volviese a verse una vez y otra vez y para siempre, en cada rincón del mundo. Ellos volviendo a verse una y mil veces hasta el cansancio en las repeticiones incrédulas. Ellos pasmados, ellos llegando tarde al cruce, ellos viéndolo todo desde el piso, ellos hundiéndose definitivamente en la derrota, en la derrota pequeña y futbolera y absoluta y eterna e inolvidable. 

Así que señores, lo lamento. Pero no me jodan con que lo mida con la misma vara con la que se supone debo juzgar a los demás mortales. Porque yo le debo esos dos goles a Inglaterra. Y el único modo que tengo de agradecérselo es dejarlo en paz con sus cosas. Porque ya que el tiempo cometió la estupidez de seguir transcurriendo, ya que optó por acumular un montón de presentes vulgares encima de ese presente perfecto, al menos yo debo tener la honestidad de recordarlo para toda la vida. Yo conservo el deber de la memoria.


2014/09/21

Simulacro

En Hildebrandt en sus trece - Edición Nro. 218

Un fragmento:

(...) 
Algo no ha resultado bien. Despierta en un hospital. Adolorido. Fracturas y un traumatismo encéfalo-craneano severo. Un par de tías y un cura conversando. Los escucha con atención:
—Lo ha hecho por culpa de esta chica llamada Micaela, el pobre todavía no lo puede superar —le comentan al sacerdote y él asiente con un gesto de lamento.
Entonces si me suicido, piensa él, dirán que lo hice por Micaela. Una verdad. Y una mentira. Mirarán sólo la punta del iceberg.


2014/09/14

Siempre serás un cholo


En la Edición Nro.217 de Hildebrandt en sus trece
Acá un fragmento:

Sólo cuando estuve en Mejía, allá por los años noventa, descubrí que las miserias de la gran capital se repiten como malos ecos en todos los rincones del Perú. Las empleadas salían a disfrutar de la arena y de las olas del mar cuando toda la gente —la gente bien o la que quería sentirse «bien»— ya se había retirado. A partir de las seis de la tarde, con sus uniformes blancos o a veces azules y esas inconfundibles batas. Algunas apenas se mojaban los pies en la orilla temiendo que alguien las descubriera. Disfrutar del mar a escondidas y con cierta vergüenza… como se hace lo prohibido. ¿Por qué las cosas tendrían que ser así? ¿Acaso eran tan distintas las pieles y las facciones de mi tío Beto o de mi sobrino Alberto de las de sus sirvientas Amelia y Urbana?