2017/02/10

Orlando Mazeyra: el autor ante el abismo

OMG durante un taller en la Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa.
El escritor y periodista Alfredo Herrera escribe en la revista venezolana Letralia sobre mi trabajo narrativo. Agradezco una lectura tan atenta.

La ciudad de Arequipa, al sur del Perú, es ahora una urbe metropolitana que alberga las historias de más de un millón de personas, con sus esperanzas y frustraciones y con los problemas propios de una capital agobiante que acaba de dejar en la historia sus cualidades de localidad tranquila, reposada, rodeada de un paisaje andino singular. Como cualquier otra ciudad, sus hijos y visitantes se han inspirado en su ambiente y personajes para manifestar su arte. Sin necesidad de mencionar, por ahora, a una larga lista de excepcionales artistas y pensadores, vale recordar que la denominada “ciudad blanca” es cuna de autores tan influyentes en la literatura peruana como Oswaldo Reynoso o Mario Vargas Llosa, de protagonistas de la historia nacional como el prócer y poeta Mariano Melgar, y de autores fundacionales de la novela peruana como María Nieves y Bustamante.
En las últimas décadas, luego de que entre las décadas ochenta y noventa del último siglo se manifestara una importante presencia de poetas, obteniendo premios nacionales y publicando libros de alta calidad, se ha producido un fenómeno que algunos críticos locales han denominado como un “petit boom” de la narrativa. Una nueva hornada de escritores ha publicado interesantes títulos de novela y cuento que han obligado a la crítica nacional a poner atención en el proceso. En este nuevo grupo de escritores destaca Orlando Mazeyra (1980), quien con cinco volúmenes de cuentos y relatos no sólo ha marcado una clara diferencia temática y formal con sus contemporáneos sino que además está en proceso de consolidarse en el ámbito narrativo nacional.  
Los dos últimos títulos de Mazeyra publicados casi al mismo tiempo, Bitácora del último de los veleros (Aletheya, 2016) e Instrucciones para saltar al abismo (Doce Ángulos, 2016), no sólo confirman que su proceso de aprendizaje literario está alcanzando niveles notables sino que además parece concretar una temática que ha sido común desde sus primeros relatos, no como un hilo conductor, sino como una fuente, una cantera de materia prima para crear su universo literario personal.
Varios autores peruanos, principalmente jóvenes, y seguramente como otro tanto de latinoamericanos, han publicado en los últimos años historias basadas en sus propias experiencias vitales, sin llegar a la autobiografía, en lo que se ha dado en denominar equivocadamente “autoficción”. En estricto este término resulta incoherente y la técnica no es nueva. Casi todos los autores han volcado en sus páginas de ficción hechos de su propia vida, ya sea a través de un personaje álter ego o prestándoles a sus personajes anécdotas, nombres, fechas o características de su propia personalidad. Nadie puede hacer “autoficción”, si quisiéramos acuñar un concepto para explicar una historia fabulada de una propia experiencia real, pues la ficción es eso, fábula, falsedad, mentira, o ambigüedad, que son a su vez algunos de los elementos básicos de la novela. En todo caso, como Onetti o García Márquez, el autor se convierte en un supremo creador de personajes que a su vez crean mundos y personajes en el ámbito de la literatura: la ficción.
Pero la experiencia vital es una buena y efectiva fuente de inspiración. Mazeyra ha visto en su propia experiencia una rica veta de anécdotas que fácilmente parecen poder saltar de la realidad a la ficción. El personaje Orlando Mazeyra pasea sus demonios, alegrías y desgracias a través de sus relatos y se encuentra con sus padres, amigos y novias, desahoga sus desgracias, resuelve sus frustraciones y supera sus infortunios. Los relatos, breves en general, llevan una carga dramática que linda con la tragedia, contagiando en el lector una emoción pesada, violenta, pero que no lo lleva a identificarse con el personaje, sino a sentir, como él, lástima y pesadumbre.
Mazeyra ha hecho de sí mismo un antihéroe literario. Su mundo narrativo es cerrado, se circunscribe a la familia y amigos, no crea mundos paralelos ni ámbitos abiertos donde los personajes puedan explayarse o experimentar otros panoramas, pero esto no es negativo, el espíritu introvertido del personaje así lo requiere, no podría resolver su vida en un espacio más amplio. El anecdotario parece inacabable: el recuerdo de un profesor de la escuela genera un cuento, de la misma manera que la actitud de su padre respecto a un insulto o una frase escuchada en el trabajo o la experiencia íntima del consumo de drogas y alcohol.
Y de aquí se desprende otra característica de la temática de Mazeyra que se explica por los títulos de sus libros: la cercanía del suicidio. Tanto en Bitácora como en Instrucciones el personaje Mazeyra, cargado de males y desgracias, entre ellos el ser escritor, está siempre cerca del desenlace fatal. Toca fondo e intenta salir de las drogas, el alcohol, la depresión, la frustración y las malas relaciones con sus padres; atormentado por un amor perdido precisamente por no poder superar o sortear estos males, deambula de un suceso a otro y se enfrenta a la decisión final, pero algo sucede que desvía sus intenciones, aunque no se sabe si para bien o para mal. Esta fatalidad se ilustra en uno de los relatos en que un personaje se burla del amigo Mazeyra jugando con su apellido y llamándolo “Miseria”. Y tal vez esta sea la palabra que mejor ilustre el espíritu humano de Mazeyra autor, abrumado por el albur de su personaje Mazeyra.
Pero este “traslado” de la anécdota real a la ficción no sería posible si Orlando Mazeyra no dominara el lenguaje, o por lo menos no alcanzara a ordenar y adecuar su lenguaje para estructurar y desarrollar sus historias. Su propuesta formal parece sencilla: un inicio inquietante, un conflicto cotidiano con tensiones violentas y un desenlace imprevisto. El personaje Mazeyra adopta la primera persona para manifestar su trance, lo que da al relato una fuerza que rápidamente contagia al lector el drama. Acierto técnico del autor para establecer una relación emotiva entre personaje, lector y autor.
Mazeyra no es un autor oscuro ni subterráneo, tampoco indaga en los vericuetos de la condición humana, pero la muestra y la cuestiona, y de esta manera manifiesta su cuestionamiento a la realidad, al sistema en el que se desenvuelve. Esta temática se une a sus anteriores títulos, que en conjunto ilustran el espíritu de su narrativa: Urgente: necesito un retazo de felicidad (2007), La prosperidad reclusa (2009) y Mi familia y otras miserias (2013).
Pero Mazeyra es un autor violento, que, parafraseando a Cortázar, rápidamente te arrincona contra las cuerdas y golpea hasta dejarte tambaleando. De seguro que pronto la “fama” de chico malo de la literatura que Mazeyra parece construir traspasará fronteras; por lo pronto, algunos lectores que hacen listas y críticos que elaboran su ranking anual, han coincidido en calificar los libros de Orlando Mazeyra entre los más importantes publicados en el año que acaba de pasar.

Fuente: Letralia
http://letralia.com/ciudad-letralia/el-barco-ebrio/2017/02/06/orlando-mazeyra-el-autor-ante-el-abismo/


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